jueves, 16 de febrero de 2017

Ahora que soy fea, gorda, malfollada, feminazi y amargada

Irantzu Varela

A ver, que yo soy mona. Y follo lo mejor que puedo. Y me río un montón. Eso sí, feminista radical. Cada vez más feminista y cada vez más radical.
Pero ahí fuera hay un montón de hombres que me llaman puta, fea, gorda, bollera, vieja… que no me tocarían ni con un palo, que me la quieren meter por todos lados, que me desean la muerte y hasta que se prestan a participar en ella.
Todo empezó en diciembre de 2013 cuando coincidí en una mesa redonda con Pablo Iglesias, que entonces sólo era el presentador de La Tuerka, el tío ese de la coleta que se llama como el fundador del partido socialista. Era mi primera intervención delante de un público tan numeroso y tan compuesto por hombres, así que lo di todo. A Pablo Iglesias le hice gracia y me propuso hacer un espacio feminista en La Tuerka. Yo dije que sí y empezamos a emitir en enero.
“El Tornillo” es un microespacio feminista de unos tres minutos, que se emite en La Tuerka TV y en Publico todas las semanas desde hace tres años. Salgo yo hablando de feminismo y haciendo la mamarracha más o menos en un intento de ser pedagógica, divertida y usando -a veces- el humor como escudo para decir algunas cosas que no es fácil decir en serio.
Desde que empezó El Tornillo, cada vez que enciendo el ordenador, encuentro decenas de nuevos insultos de hombres enfurecidos por mis mensajes, que se agachan detrás de la pantalla para vomitarme la mierda que no les dejan soltar en otra parte.
Pero no es que hayan encontrado al azar una cloaca para sus frustraciones, que les serviría cualquier otra caja de comentarios de cualquier otro youtuber, no. Es porque soy una mujer feminista, radical, hablando de feminismo en un espacio mixto de izquierdas.
Es una forma de recordarme que soy, como todas las mujeres, una invitada en el espacio público. Que estoy desobedeciendo la orden de permanecer callada, adorando al Amado Líder y escuchando, a ver si aprendo algo, a mis compañeros de militancia.
Es una manera de castigarme por poner el feminismo delante, por poner en el centro una perspectiva que consideran marginal, burguesa, frívola, exagerada, victimista, agresiva, incómoda, insultante o lo que toque. Cualquier cosa para no confesar que, en realidad, es una amenaza para sus privilegios. Y eso jode.
No son pocos ni están locos. Sus insultos se parecen demasiado como para que sean tarados aislados.
Están los “amables”, mansplainers que me hacen el favor de corregir los errores de mi carácter, de mi visión, de mi pensamiento, de mi formación, de mi expresión. Algunos me dan clases, otros me dirigen, condescendientes; otros me acusan de dividir a la izquierda y otros de que me paga Soros…  
Pero, sobre todo, están los que se meten con mi cuerpo. Con su aspecto y con lo que me meto -o no- en él. Me llaman gorda, me llaman vieja, me llaman bollera, me llaman cerda… Si supieran que, cuando estaba buscando un nombre para el espacio, pensé en llamarlo “La Puerka”… Se dividen entre los que me hacen “invitaciones” abiertamente sexuales (son pocos) y los que se dedican a explicar con detalle hasta dónde he llevado -yo solita- los límites de su repugnancia. Y también los que me amenazan abiertamente.
“Malfollada”; “feminazi”; “tienes la cara tan horrendamente fea y de vieja que todos los chistes se te quedarian cortos”; “a ti te miro y te follo, te dejo mansa y te mando a la cama a hacerte fingers hasta que se te pase lo del feminismo”; “cómo quisiera que mi señor te cerrara el hocico, pobre putita”; “hembra de chocho hongoso”; “que se pegue un tiro y desaparezca”; “linchemos a esta zorra”; “menudo pollazo le dieron a esta de pequeña”; “dúchate guarra, fea, gorda”; “quiero follarme esta tía”; “machorra fea”; “ojalá seas la sexta (asesinada) del año, puta”; “qué tufillo a marisco revenido”; “usted lo que necesita es una gran verga en el culo para que le quite esa amargura”; “que se ponga un letrero en la frente que diga que te urge verga”; “si mañana me dijeras que un camión lleno de moros te pasó por la piedra tampoco se me movería una tripa”; “yo te veo muy viva, demasiado viva”; “hoy tienes dos polvos”; “esta mujer lo que quiere es un pene, le hace falta y mucho. Un valiente por aqui? yo no me atrevo”; “¡Enseña las tetas, Irantzu!”; “¿pero por qué sois todas tan feas?”; “si vas a ir a matarla todo mi apoyo”; “yo con esa cara de amargada no te follo ni con la polla de otro”; “si quieres te presto el palo de la fregona, pero me lo tienes que devolver esterilizado y exorcizado”; “anda a un sex-shop a comprarte una polla con arneses y vete a jugar a los indios y vaqueros con tu novia tortillera”; “cómo se nota que te falta un buen pollazo en la boca”; “cómprate un dildo pedazo de zorra”; “la bollera-chochona”; ”como te vea por la calle, te voy a dar de mi cachirulo, pedazo guarra”; “te falta el bigotito, dile a tu novia que te coma bien el coño antes de hacer los vídeos”; “¿y qué puedes saber del coño si tú eras hombre?”; “lástima que no te abortaron a ti”; ”pero a ti quién te va a violar, si eres un engendro humano?”.
Y así todos los días.
Gorda como insulto, puta como insulto, frígida como insulto, lesbiana como insulto, vieja como insulto, mujer como insulto. Porque ellos saben que mi cuerpo no es mío. Que, como el de todas las mujeres, es un campo de conquista, una fábrica de satisfacciones, un expendedor de cuidados.
Porque ellos creen que todas estamos pendientes de su aprobación sobre nuestro aspecto físico, que todas estamos preocupadas por su opinión, que todas queremos gustarles, que todas deseamos ser penetradas por sus penes erectos, que todas les tenemos miedo.
Y, cuando de repente aparece alguna que no les tiene miedo, que no busca ni su aprobación ni su respeto, ni le interesa lo que opinen de su cuerpo… se enfadan, se burlan, se abalanzan. Pero, en el fondo, sólo sienten desconcierto. Porque han vivido en un mundo que les ha dado privilegios, sin merecerlos. Han crecido en un mundo en el que les han convencido que debían de cumplirse todos sus deseos. Que las mujeres estamos ahí para admirarles, para escucharles, para gustarles, para esperarles, para mover la cabeza con aprobación mientras nos dan consejos, para cuidarles, para acompañarles, para darles otra oportunidad, para entenderles y empatizar con ellos, para convencerles, para reír sus chistes, para que nos follen, para poner el culo, para lamerles los huevos.
Pero no. Porque las mujeres vivimos en un mundo que nos ha quitado nuestros derechos para darles a ellos privilegios. Durante siglos muchas mujeres han luchado para que los vayamos teniendo. Y así podamos estudiar, viajar, heredar, votar, abortar, divorciarnos y organizarnos.
Así que vuestros “putas”, “gordas”, “bolleras”, “feminazis”, “malfolladas” sólo consiguen recordarnos que estamos haciendo lo que tenemos que hacer. Organizarnos para desmontar un sistema que nos quiere dominadas y sumisas porque necesita cuidadoras gratuitas, trabajadoras baratas, esclavas domésticas y follables entregadas.
Y cada vez somos más, y cada vez nos importa menos vuestra opinión, y cada vez tenemos menos miedo. Así que tenéis dos opciones: o empezáis a renunciar a vuestro privilegios o a vosotros, a los que creéis que no los tenéis, también os va a llegar el desconcierto.

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