viernes, 28 de julio de 2017

Tocando fondo



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La imagen del presidente del Gobierno entrando a escondidas en la Audiencia Nacional, declarando no a todo con arrogancia desde su pupitre especial, protegido por un juez cuartelero y más asustado incluso que el testigo, y saliendo a toda prisa de la cita para presumir ante las cámaras oficiales de estar orgulloso de haber colaborado con la Justicia y de haber sido el artífice de un Pacto de Estado contra la violencia de género “valorado en 1.000 millones de euros” es una metáfora que resume la histórica jornada en que tocó fondo la democracia española. 
En la instantánea borrosa y amarillenta del presidente-plasma se entreveían todos los vicios y delitos forjados durante 40 años de setentayochismo reconcentrado: el desprestigio de todas las instituciones presentes en la sala; el presidencialismo de facto que gobierna el país sin soporte constitucional; la impunidad de los poderosos, garantizada por el tenaz asalto a la separación de poderes perpetrado por el PP; y un despliegue mediático imponente, irónicamente controlado en un 95% por los mismos poderes corruptos que esa Justicia ocupada intenta combatir... 
La declaración en sí misma fue una farsa: el presidente del partido más corrupto de Europa dijo no conocer las actividades corruptas de una trama de la que ha sido dirigente de primera línea desde hace 30 años. Adujo que en el periodo investigado, y más allá, él solo se ocupaba de los asuntos políticos, y no de los económicos o contables: como si los responsables políticos del partido hubieran sido engañados por tesoreros malvados, como si esos líderes ignoraran que el modus operandi del partido conservador ha sido, desde su nacimiento y hasta hoy mismo, financiarse ilegalmente mediante un sistema codificado de extorsión a empresas: dinero B a cambio de contratos públicos. Simpático argumento, si no fuera tan pueril. 
La buena noticia del día, el síntoma de que la democracia funciona, nos cuentan los defensores de este statu quo putrefacto todavía vigente, es que un presidente del Gobierno en ejercicio ha tenido que declarar como testigo ante los jueces por un asunto de corrupción. Bueno, dicho así suena hasta razonable. Y ese es justo el problema: lo extraordinario, lo intolerable, lo inaceptable, se ha convertido en España en lo razonable, en la rutina, en un día más en la oficina.
Y ahí radica, precisamente, la gravedad del momento político que vivimos: Rajoy es el presidente de una organización criminal que lleva años saqueando las arcas públicas, gobernando contra el interés general, amordazando la disidencia y legislando para los amigos y los cómplices. Que el PSOE y Ciudadanos (y Podemos, por inacción) permitieran a Rajoy seguir gobernando fue una vergüenza además de una desgracia. La comparecencia judicial del presidente el 26 de julio solo es un eslabón más en una larga cadena de mendacidades y despropósitos anunciados. ¿Podrán o querrán los representantes de la voluntad popular desalojar a este nefasto personaje del poder y comenzar a revertir el hundimiento de las instituciones exdemocráticas? Probablemente la respuesta sea negativa. Pero es la única solución a este bochornoso espectáculo, a este patético modo de tocar fondo, a esta vergonzosa manera de seguir cavando haciendo como que no pasa nada, mirando hacia otro lado. 

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