domingo, 8 de abril de 2018

no sabe que el que fue a sevilla perdió su silla


Mariano Rajoy y Cristina Cifuentes se abrazan en la Convención Nacional del PP.
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CORDONPRESS

Rajoy abrazando cadáveres en Sevilla

'El plan es sencillo: llenar Sevilla y televisión española de emociones y dar la vuelta a las encuestas invitando a unos cuantos padres de niñas asesinadas'

Como saben incluso los malos estudiantes de primero de Ciencias Políticas de las universidades australianas, el sedicente Partido Popular nunca ha gobernado en Andalucía. Nunca es nunca desde 1982 del siglo pasado. No parece exagerado concluir que para ellos Andalucía y sobre todo Sevilla son territorios abrumadoramente hostiles y sin embargo…
Como esos amantes que nos putean, como esos amores mordidos que nunca terminan de terminar, el sedicente Partido Popular tiene con la capital de Andalucía una obsesión enfermiza: cada vez que tienen que reinventarse o les sale un grano gordo en el culo de las encuestas, se vienen a Sevilla con un saco de sonrisas a ver si suena la flauta de la conducción industrial de conciencias.
Mi altocargo, que va de sabérselas todas, sostiene que la cosa les viene desde que Fraga le rompió a Aznar, por supuesto en Sevilla, la carta de dimisión y ahí se reinventó la nueva derecha (que no era otra cosa que la vieja derecha pero sin complejos) y esa mitología hortera liberal del aznarisno que alcanzó su cénit con aquella la boda de la niña.
El plan es sencillo: llenar Sevilla y televisión española de emociones y dar la vuelta a las encuestas invitando a unos cuantos padres de niñas asesinadas para clamar contra el desprecio sociata a las víctimas. Porque si hay algo en lo que el sedicente Partido Popular se ha producido de manera altamente exitosa es en el manejo como propiedad de las víctimas y su potente conexión con las condenas a perpetuidad, que tanto consuelan en caliente al excitado personal que rompe los audímetros de las audiencias televisivas.
Pero no hay mayor necedad que esperar que el propio destino nos arme contra él (posiblemente Montaigne). Desde el horrible asesinato del niño Gabriel sólo quedaba como rearme argumental el prietas las filas contra el independentismo catalán y golpista (por este orden) y esconder a Fátima Báñez de las iras de los pensionistas, que vienen a ser los mismos que corrían delante de los caballos del agonizante franquismo.
Mientras lo de Fátima Báñez parece feo pero sencillo, lo de Puigdemont se ha dado la vuelta en Alemania como las vírgenes de las procesiones y ya ni siquiera su auto sacramental en la plaza de Sevilla garantiza algo más que bostezos y sesiones de “deja vu”.
La estupidez del embrollo operístico de las mentiras de Cifuentes por un máster que a nadie le importa viene a confirmar la sentencia de mi abuelo: en este mundo nadie está a salvo, ni siquiera “El prevenío” (al Prevenío, debo aclarar, lo mató un camión).
Y lo que era un intento desesperado por salvar al náufrago Rajoy de las dentelladas mortales de Ciudadanos, por supuesto en Sevilla, se ha convertido en una patética escenificación de su propia impotencia terminal. Esa foto abrazando el cadáver descompuesto de Cristina Cifuentes era la foto de Rajoy abrazando a su propio cadáver. 

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