jueves, 4 de agosto de 2016

LA ZOMBIZACION DE LA SULTANA


García contra la España zombi (III)

En el que Susana Díaz, por fin, hace una revelación al mundo que aporta lógica a la trama. Y en el que García se enfrenta a lo peor que le puede pasar a un caballero casado: volver a casa con un muerdo en el cuello

FURIBUNDO
3 DE AGOSTO DE 2016
Resumen de lo publicado: El Comité Federal del PSOE se ha vuelto zombi. El Capitán Estadella y García se ven obligados a practicar una escabechina en el PSOE, como no se veía desde el 26J. Sólo se salvan de sus hachazos Iceta y Susana Díaz. A Susana Díaz la localizan en las aceras de la calle Ferraz. Pero, ¿qué ha sido de Iceta? ¿Es portador del virus, o lo que sea, que ha vuelto zombie al Comité Federal?
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Aún tenía en la boca su último lexema raíz, que el Capitan Estadella salió a la calle, a perseguir a Susana Díaz.
Yo me lo tomé con más calma. Total, me había mordido Pedro Sánchez. En todo el cuello. Me quedaban, presumía, pocos minutos de vida hábil, si bien varios milenios con la vida inhábil del zombi, siempre y cuando no me pillara Estadella, leyenda viva del periodismo español y un figura, lo había visto, manejado el hacha. Tenía que lavarme la cara. Me fui hasta el lavabo privado de Sánchez. Lo examiné. Era descomunal. Estaba decorado, además, con todos los costosos regalos que le habían dado por su asistencia a las asambleas de control de Caja Madrid, durante su breve etapa de cuadro medio-pelo. Los regalos, observados en su conjunto, ilustraban los gustos y gastos de la clase media-alta española, antes de volverse, por lo visto, zombi. Así, a simple vista, me topé con un WC japonés chapado en oro, con chorrito de agua regulable y corriente-secado de aire frío y tibio. Cómodo y funcional, según comprobé. Un huevo Fabergé que, presionando hábilmente en un mecanismo, se convertía al abrirse en bidet de platino con diamantes. Un Zeus raptado Europa, de Rubens. La Maja en Triquini, de Goya. El segundo volumen de la Poética de Aristóteles, La Comedia. Una edición especial y numerada del Quijote, autografiada por Cervantes: "A Pedro Sánchez con cariño y un pie sobre el estribo. Suyo: Miguel de Cervantes".
Me practiqué una ducha rapidita en la ducha-Spa-efecto-sauna, conmemorativa de, tal y como estaba escrito con rubíes en el desagüe, "La asamblea en la que acordamos, machote, la venta chanchullera y con un par de Iberia a British Airways", y cogí una de las 3.458 camisas blancas que había dispuestas en un armario de ébano, dos maderas ilegales amazónicas y piel humana, entregado a los miembros de la Asamblea de Caja Madrid con motivo, según se leía escrito en oro y arabescos en su reverso, "...de la aprobación de lo de las preferentes. Nos vamos a poner las botas, troncos. Yepa". Sánchez tenía tantas camisas blancas, en fin y por otra parte, que podía decidir el precio de la camisa blanca en España. Meditaba en ello mientras me afeitaba un pigmeo, en cuyo brazo tenía tatuado: "Umpa-Lumpa Especial Edition, regalo de Caja Madrid con motivo de la II Ampliación de Preferentes. Esto es la leche. Waw", cuando un ruido llamó mi atención. El Capitan Estadella había roto la ventana del despacho de Sánchez, de una pedrada desde la calle, y me vociferaba que bajara echando leches. ¿De dónde había sacado una piedra Estadella en las calles de Madrid? No cabía duda de que era un periodista de recursos.
Camuflé mi hacha en mi americana, más que para proceder con Díaz, para defenderme de Estadella que, en algún momento del futuro inminente querría decapitarme, y bajé hasta la calle, en la que me encontré una situación diferente a la calculada.
Estadella estaba sentado en un banco -su americana también tapaba su hacha-, desde el que observaba, a escasos metros y no sin cierta melancolía, las evoluciones de una Susana Díaz desorientada, ensangrentada y herida, sin bien aún humana. Sorprendentemente, la escena que protagonizaba no llamaba la atención de ningún transeúnte. Es más, un numeroso grupo de adolescentes y de jóvenes sin novia y con tendencia a la obesidad, le rodeaban mientras la apuntaban con su móvil. Creían que era un Pokémon a capturar. Por lo visto, de los difíciles.
--Otia, un Susanichi -dijo un adolescente que se acercó hasta el grupo desde la otra acera, con el móvil en mano.
--Siéntese, joven -me dijo, menos festivo, Estadella.
Me senté.
--Es curioso. Díaz sigue siendo humana. Pero por poco. Creo que son sus últimos momentos, los estertores de su humanidad. La he estado observando. La vida la está abandonando por minutos, y está viviendo una especie de regresión, en la que revive su pasado.
--¿Hasta dónde ha llegado?
--Sigue siendo Secretaria General del PSOE de Andalucía.
--Entonces, esto va lento.
--No te creas. También tiene 8 años. Recuerde que su entrega al partido fue temprana y dilatada.
Me agregué a la melancolía con la que Estadella observaba a la Díaz, que en ese momento rememoraba, en voz alta, como cuando a los 8 años fue llevada por sus padres a ver un paje real en Triana, y como ella, sentada en sus faldas, le pedía al paje una corriente interna. 
--Fíjese joven, cuan frágil es el ser humano, y de como en el momento de la muerte no son añorados metales ni prebendas, sino las cosas más sencillas de la vida, el tesoro esquivo del cariño. La vida es en verdad sencilla, como una hoja de encina, como un anillo, como el beso de una madre. La complicamos nosotros, con nuestras ambiciones, nuestra codicia, con ir desenterrando fosas comunes con dinero público, que es lo que sin duda creó la crisis y envió este país a la puta mierda. Ah, joven. Qué articulazo acabo de plantear. Mañana finaliza el plazo de entrega de artículos para el Premio Miliki Ruano de Periodismo. Cojo esta idea, la alargo mil palabras y gano de calle. Son 8000 púas, que se dice rápido. 
--No sé si es el momento de pensar en artículos, Estadella –dije
--Tiene usted razón. Tenemos frente a nuestras narices la explicación del extraño caso que hemos vivido. Y, quién sabe, el único zombi que, precisamente porque aún no lo es, puede explicarnos si su mordedura tiene solución, o le he de descuartizar inmediatamente, joven.
--Hablemos con ella, antes de que retroceda hasta la guarde -dije.
De un salto cogí a Susana Díaz, disolví el grupo de adolescentes a leches, y la traje hasta el banco, en el que Estadella y yo la interrogamos. Costó organizar la conversación. Y costó, pese al dramatismo de la situación, que no me diera un jamacuco de risa. Susana, en fin, de toda la vida me había parecido una imitadora de Felipe. Hablaba tan en su estilo que, siempre lo había pensado, acabaría sus días en Las Vegas, imitando a Felipe. Por fin, y gracias a su dominio de la gramática y los tiempos, Estadella pudo hilvanar una conversación coherente con ella.
--Susana, está enferma. Queremos saber cuando empezó todo. ¿Quién le mordió?
--P-Pedro.
--¿Y no le pareció raro que le mordiera su secretario general? 
-N-no. Pedro era tan... -buscó la palabra-... Cariñoso.
Lo que es cierto. Hasta yo pensé cosas raras cuando Pedro me mordía el cuello. Me sorprendí a mi mismo, de hecho, a escasos segundos de exclamar un -qué-quieres-ladrón.
--¿Y cuánto hace de eso? -dije yo, sumamente inquieto.
--Hace -Susana, con su mente aún preclara, hizo un cálculo mental-... Hace 28 días.
Una mirada de esperanza se cruzó entre Estadella y yo. Tenía 28 días de vida. Es decir, también la posibilidad de revertir el contagio en ese tiempo, si es que había forma y manera de hacerlo. 
--¿Y quién le mordió a él? ¿Quién mordió a Pedro?
--Las negociaciones... Eran... Muy...duras... Creímos que... Había sido... Un bocado más... En una reunión más... Para conseguir... Un pacto de... Legislatura.
Cogí a Susana Díaz de las solapas de su traje-chaqueta Punto Roma y la zarandé.
--Intente recordar, Susana. ¿Quién mordió a Pedro?
Susana me miraba fijamente. Siguió mirándome pero, de pronto, desapareció la humanidad de su mirada. Había hecho el tránsito. Era una zombi de tomo y lomo. Estadella me apartó de ella con un empujón.
-Ya es demasiado tarde, joven. Evitémosle más sufrimiento. Seamos humanos.
Con un hachazo lateral de aizcolari, Estadella separó la cabeza del cuerpo del zombi. Luego siguió propinándole hachazos. Hasta que me desconté, llevaban unos 345. No pude dejar de pensar que, en todo eso, había algo de inquina por parte de Estadella. Los transeúntes, esta vez sí, se agrupaban en torno de la escena, y afeaban la conducta de Estadella. Pero Estadella era, había quedado claro, un hombre de recursos:
-¡Silencio! Esto es una intervención oficial del Ayuntamiento contra la venta ambulante.
La actitud del grupo cambió. Empezaron a emitir aplausos y gritos de Vivaspaña y de Esperanza-ha-vuelto. Estadella depositó los fragmentos del zombi en una papelera y, luego, me estiró del brazo y me arrastró hasta el local del PSOE. Subimos hasta el despacho de Pedro. Estadella buscaba algo. Abrió todos los cajones. Tiró todos los libros de la estantería -los dos- al suelo. Finalmente, lo encontró. Era la agenda personal de Pedro.
--Mira. Aquí está todo -dijo Estadella, un torrente de lógica-. Si mordió a Susana hace 28 días, es que Sánchez ya era zombi entonces. Si cotejamos su agenda, descubriremos todas sus visitas. Es decir, todos los nombres de aquellos a los que ha podido inocular. Y, lo más probable, encontraremos el nombre de su inoculador, del que le dio el muerdo, vamos.
Estadella, leyenda vivo del periodismo español, no solo era un ficha, sino que también tuvo un momento para sembrar la esperanza en mi alma:
--Y tranquilo, joven. Esta noche hago un articulazo en el que, sin sembrar la alarma, movilizaré a la ciencia española para que le salven. No debe de ser muy complicado para una Academia que, en su día, intelectualizó el gasógeno.
Una ola de optimismo recorrió mi pecho.
--Y ahora, ¿qué hacemos?
--Cada uno a su casa, y Dios a la de todos. Estudiaré la agenda. Mañana me pondré en contacto con usted y solucionaremos todo este problema. A hachazos, me temo. ¿Me podría dar sus señas?
--Si claro. Y, esto me resulta embarazoso, pero en el combate zombi he perdido la cartera y ¿me podría dar 20 euros, para un taxi? 
Una vez hechos los intercambios mutuos, Estadella se fue. Yo aún me quedé un rato. Abrí a hachazos una máquina de Coca-cola y me tomé una. Muy buena. Luego volví al lavabo de Sánchez. Mientras el Umpa-Lumpa de Caja Madrid me hacía la pedicura, solucioné llamé al Señor Jabugo para decirle que no había artículo. "Sánchez no va a abrir la boca", recuerdo que dije. También que lo intentaría mañana. Pasaría por redacción a buscar 20 euros para un taxi. 
Luego intenté organizar mis ideas y sentimientos, y me formulé la gran pregunta que todo el mundo se ha hecho en su vida en algún momento: ¿qué diablos le digo a Quimetta, cuando llegue a casa y me vea el muerdo en el cuello? Porque, seamos sinceros, lo de que Pedro Sánchez me ha mordido no sólo no colará, sino que ya lo utilicé en otra ocasión.
Para acabarlo de liar, Quimetta es siciliana, como su nombre indica. 
Se lo explico mañana.


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