Como la historia reciente de Andalucía siempre describe círculos, Manuel Clavero Arévalo, aquel que fue ministro de la UCD en los primeros años de la Transición española, aquel que implantó el ‘café para todos’ de las autonomías y que acabó largándose de la UCD ante el referéndum andaluz, reeditó hace unos años un ensayo sobre Andalucía que había escrito a mediados de los años 60 y él mismo, al repasar sus notas originales para ponerlas al día, se mostraba asombrado de que las mismas dudas que se suscitaban en la Andalucía de 1965, siguieran sin resolverse en 1985 y seguirán igual treinta años después, en 2015. Las esperanzas de entonces, siguen intactas. Como los anhelos, como las frustraciones. Historia circular.
Por supuesto que en 50 años ha cambiado la realidad andaluza; eso es evidente, palpable, tan incuestionable como lo contrario, que medio siglo después ni Clavero ni nadie puede responder la misma pregunta que se hacía entonces Julián Marías, discípulo directo de Ortega y Gasset, desconcertado como él ante el ser andaluz: “¿Cómo estará Andalucía en el nuevo siglo, volverá a su esplendor o habrá comprometido sus cualidades más altas?”
Ya llevamos casi un decenio y medio del nuevo siglo y ahí sigue Andalucía, a la cola de todas las estadísticas que determinan el desarrollo de un pueblo, económicas y educativas, industriales y universitarias. ¿Han cambiado las cosas en Andalucía? Pues claro que han cambiado, pero eso no es nada más que un tirar para adelante. Si la ambición fuera, como decía Julián Marías, la de volver al esplendor que tuvo, no hay más respuesta que la vuelta a la misma pregunta congelada, intacta, como la sonrisa de espera eterna de Penélope.
Las posibilidades de las que ha gozado Andalucía se han despilfarrado. Aquellos recursos que se le negaron durante tanto tiempo llegaron y, a la vista está, no han servido para transformar sustancialmente la realidad andaluza
Han cambiado las cosas, sí, Andalucía no tiene nada que ver con la que salió, subdesarrollada y analfabeta, del franquismo, pero menos tiene que ver aún con las posibilidades de las que ha gozado y se han despilfarrado. Aquellos recursos que se le negaron durante tanto tiempo llegaron y, a la vista está, no han servido para transformar sustancialmente la realidad andaluza. Dónde están, dónde han ido a parar, las decenas de miles de millones de euros que han llegado de fondos europeos al desarrollo; dónde las partidas ingentes para formación, para empleo.
Joaquín Aurioles, uno de los economistas más destacados del Observatorio Económico de Andalucía, admitía hace unos días en un artículo de prensa la evidencia de que el desorbitado paro andaluz se debe también “al fracaso en la utilización de los abundantes recursos habilitados por Europa para mejorar la empleabilidad de los parados y recuperar el tamaño de la economía que desapareció con la integración”. Y no es Joaquín Aurioles, precisamente, ni el mencionado Observatorio Económico, sospechoso de ataques agresivos contra el Gobierno andaluz.
¿Dónde ha ido a parar todo ese dinero? Alguna explicación se encuentra, sin ir más lejos, en el propio Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, una sucesión ilimitada de supuestos planes de desarrollo, de innovación, de modernización a los que nadie, nunca, les ha realizado una auditoría para saber realmente qué aportan. Planes que se aprueban periódicamente, cada lustro o cada dos o tres años, y que tienen como resultado la aprobación de un nuevo plan con idéntico propósito.
¿Dónde ha ido a parar todo ese dinero? Alguna explicación se encuentra en el propio Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, una sucesión ilimitada de supuestos planes de desarrollo y de innovación a los que nadie les ha realizado una auditoría para saber qué aportan
Como este año: en el presupuesto andaluz de este 2014 se consignan 1.485 millones de euros para empleo y empresas. Cuando se presentó el presupuesto, el año pasado, el Gobierno andaluz anunció, además, un nuevo plan de choque de empleo, dotado con 200 millones de euros, “para generar 10.000 nuevos puestos  de trabajo, sobre todo en jóvenes y parados de larga duración”.¿Quién puede demostrar que se han creado esos puestos de trabajo con ese dinero?Nadie, desde luego.
Planes, planes, planes… Desde el “Fomento de la Cultura Emprendedora en el ámbito educativo”, hasta la “Sostenibilidad Energética” pasando por un plan para la “Modernización y Mejora de la Calidad del Tiempo Libre”. Se aprueban, por ejemplo, planes plurianuales de inversión en las Universidades públicas de Andalucía pero, cuando finalizan, lo único que se constata, como ocurre en la actualidad, es la deuda que la Junta ha contraído esas universidades, cercana a los mil millones según algunas estimaciones. Pero los rectores andaluces, eso sí, no suelen caracterizarse por sus protestas contra el Gobierno andaluz por esa deuda que asfixia sus universidades. Y los sindicatos de estudiantes, tampoco. Paradojas.
Todo eso, claro está, sin contar con el saqueo que ha supuesto a las arcas andaluzas los continuos casos de corrupción que afectan a esta región, como el escándalo de los ERE o de los cursos de formación. Varios miles de millones de euros que han estado al servicio del interés político, el mantenimiento de la hegemonía política, y lejos, muy lejos, del fin al que tendrían que haberse destinado. En esa salsa millonaria, unos pocos han mojado para enriquecerse, pero que nadie se engañe; lo fundamental de los ERE o de los cursos de formación no es el dinero que hayan podido robar algunos, sino el despilfarro, las oportunidades perdidas, por el gasto coyuntural, sin otro fin que el de quien quería perpetuarse en el poder y acallaba los problemas con dinero para el desarrollo.
A la vista de la inmovilidad política de Andalucía, parece evidente que la gente cree lo que quiere creer, y no existe, la misma impresión de ‘farolillo rojo’ que reflejan las estadísticas. La inquietud de cambio, de mejora, de progreso, no está en el ambiente
En la película ‘La gran estafa americana’, que tanto bombo tuvo en los últimos Oscar, el protagonista, aquel estafador de poca monta que acaba colaborando con el FBI para descubrir las corruptelas de algunos políticos, intenta explicarse en algún momento la aparente inocencia o credulidad de la sociedad. Y sostiene: “La gente cree lo que quiere creer”. A la vista de la inmovilidad política de Andalucía, parece evidente que aquí ocurre lo mismo, que la gente cree lo que quiere creer, y no existe, al menos de forma mayoritaria, la misma impresión de ‘farolillo rojo’ que reflejan las estadísticas. La inquietud de cambio, de mejora, de progreso, no está en el ambiente. Sencillamente.
Hay quien pretende explicarlo todo con algunas certezas, amplificadas y convertidas en tópicos, como el clientelismo político o el PER, pero las razones últimas se antojan más complejas, menos elementales, más ramificadas. Se diría que el conformismo se ha instalado como realidad o que se ha perdido toda expectativa de cambio, acaso porque nadie es capaz de ofrecerla. La gran estafa andaluza es la combinación de esos factores, el despilfarro contante del dinero público y la quietud constante de la sociedad. La cuestión es que como decían también en esa peli, “uno puede engañarse a sí mismo durante mucho tiempo, pero para reinventarse es mejor tener los pies en el suelo”.