sábado, 16 de agosto de 2014

FELICITACIONES JORGE,ASI SE ESCRIBE



Costa Sotogrande

Todos los veranos aparecen en los grandes periódicos españoles y europeos reportajes sobre Sotogrande, la urbanización estival más lujosa de España por antonomasia. Polo y golf están en sus principales atractivos.
Los equipos más punteros del mundo del polo se citan a lomos de sus nerviosos y veloces caballos para asistir al desfile de alta sociedad que se produce en las gradas entre bebidas espirituosas y galletitas saladas.
Los mejores campos de golf de Europa, con Valderrama a la cabeza, acogen a directivos del Ibex 35 y a algunos políticos –Esperanza Aguirre es una asidua de toda la vida de Dios- que juegan a las claritas del día o al atardecer perfectamente combinados con prendas de Hugo Boss. Son fácilmente distinguibles por un broceado que sólo lo produce el sudor que mana a cada golpe de su frente en unos campos de ensueño.
También destacan los deportes náuticos. Al abrigo de su puerto deportivo, un lujoso expositor de todo tipo de embarcaciones en el que destacan los yates con pinta de portaaviones, estas prácticas han proliferado en estos últimos años pese a que la crisis ha llevado a muchos de sus propietarios al dique seco. A Francisco Correa, otro clásico de la urbanización, lo llevó algo más allá. Y perdió, pobre mío, un barco, un pony y todas las propiedades allende de nuestras fronteras. Bueno, las que pudieron encontrarle, que todavía existen paraísos impenetrables para la justicia universal.
Pero, entre tanta infraestructura de lujo, en Sotogrande escasean las playas por culpa del desarrollismo urbanístico que también sufrió esta urbanización de ricos, ricos de verdad. El Cucurucho, el principal club de playa de la zona, cuenta con una paupérrima, engullida año tras año un Mediterráneo que pide lo que es suyo por el empuje del Estrecho. Pero tiene muy cerca las de Torreguadiaro y las que llegan hasta La Alcaidesa, donde pueden socializarse entre indígenas de melón y sandía y dulces de Sanlúcar y mariquitas de desnudo integral en busca de algo de intimidad. Hasta ahora no está acreditado ningún ataque en estas costas contra estas criaturitas.
Pero Sotogrande ofrece sobre todo tranquilidad y discreción. Por eso, en todos esos reportajes periodísticos siempre se cuenta, como un signo de distinción, que los primeros residentes de la urbanización inventaron Marbella para que los paparazzis los dejaran tranquilos. Yo, que nací y crecí al otro lado de la carretera nacional, en Guadiaro, y que conozco el paño de mis años de caddie en el campo de golf de Sotogrande, Sotogrande viejo, doy fe de ello. Por cierto, el mejor campo de golf de todos los de la zona es el de La Cañada, de titularidad municipal. Allí se practica un refinado golf que tiene su origen en el arte del palaustre. Los obreros son allí los reyes del mambo.
Tan tranquilos viven en Sotogrande que no se enteran de que apenas a unos kilómetros de ellos, 30.000 gibraltareños y 10.000 trabajadores españoles están secuestrados en una frontera europea por un Gobierno trilero. Bueno, a lo mejor saben algo porque en la urbanización proliferan los gibraltareños de alto standing, que, con la apertura de la frontera, se instalaron allí y salvaron a Sotogrande de la ruina. ¿No me digan que no tiene su gracia que esta urbanización tan española se salvara en su día por las libras de los yanitos? Como se entere Montoro, les expropia.
Pero de lo que seguro que no se han enterado es de lo que está pasando apenas 50 kilómetros más allá. La avalancha de inmigrantes que vive estos días Tarifa les coge demasiado lejos, demasiado a contramano de la burbuja de placeres estivales que representa Sotogrande.
¿Pero eso de los negritos no lo había solucionado Josema Margallo aliñando al Rey alauita, ese tan aliñable que es sobrino de don Juancar?, se preguntarían incrédulas las señoras caritativas de siluetas de bisturí si alguna patera cargada de subsaharianos arribara a El Cucurucho o a la desembocadura del río Guadiaro en un día de calma chicha.
Sería un auténtico engorro en día tan bueno de playa, tras un verano de ponientera. Pero si alguna vez las corrientes del Estrecho llevaran una patera a costa Sotogrande, que nadie dude de que allí mismo les montan un mercadillo de las Hijas de la Caridad o una filial en un santiamén. A Princesa, esa niña que llegó a Tarifa hace unos días sin padre ni madre, seguro que le hubieran regalado un juego de palos, un guante de cuero y un greenfee para que pueda broncearse con su propio sudor en el discreto campito de nueve hoyos de Sotogrande, Sotogrande viejo. Y un vale para  una Coca-Cola Zero  y un Sándwich Club para que se vaya acostumbrando a la sana dieta mediterránea, por supuesto.

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