sábado, 15 de marzo de 2014

  • .El Papa y Solana

ULISES
Bergoglio regresó de los Andes a los Apeninos, se sentó en el trono de san Pedro con las sandalias del pescador e inició la catarsis en una curia de culos gordos. Humilde, casi insurgente, vio a la Iglesia como un hospital de campaña. Logró una popularidad asombrosa: 12 millones de seguidores en Twitter.
El otro día, el Pontífice pidió a los obispos de la Bética que cuiden de las procesiones de Semana Santa. Elogió la piedad popular andaluza, la cual apreció como camino de vida cristiana, y aconsejó a los prelados que acompañen a las hermandades. El Papa heterodoxo tiene sus contradicciones. Me extraña que un obispo tan avanzado elogie las procesiones, que tienen su origen en los azotes de látigo de los disciplinantes, que hoy vemos en las sangrías chiís, aquellas ceremonias de pánico a las que santa Teresa llamó «la penitencia de las fieras».
Pensábamos que el Papa Francisco, americano, no debía de tener una gran idea de las procesiones. En su primera Semana Santa predicó el ayuno, la abstinencia, lavó los pies de los pobres y rezó tendido en el suelo como un novicio.
También hay procesiones en algunas regiones de Argentina. Él mismo recuerda que su abuela les llevaba de niños el Viernes Santo a ver la Pasión del Cristo yacente y les decía: «Mirad, está muerto; pero mañana resucita». Este año se ha ido con los obispos en autobús a hacer ejercicios espirituales a la ciudad de Ariccia.
La Semana Santa de hoy, pagana, turística, casi báquica, auto sacramental callejero, diosas clásicas vestidas de luto, falsos romanos y costaleros... ya no representa el mito español extendido por los viajeros románticos, que alucinaron entre guitarras, saetas y sagradas lanzadas al corazón.
Los poetas del 27, después, transformaron el negro en aire de albahaca y a los soldados romanos en «betuneros con barbas de Schopenhauer» (Lorca). Los anarquistas y republicanos, e incluso los curas progresistas, vieron eso de la Semana Santa como el cornetín, el capirote y la estampita. Pero, digan lo que digan, la gente espera con pasión los pasos y el desfile de luto.
No todo es pasarela. En Cuenca, «cogollo de España» según Ortega, la Semana Santa conserva ese tenebrismo que tan bien retrató Solana.
Decía Enrique Tierno Galván: «Solana tenía un sentido rígido del mundo, en cierto modo esquizoide». Pero clavó la Semana Santa en ocre y negro, aunque diga de él Chumy Chúmez: «En España, para Solana sólo había cristos crucificados, beatas meonas, obispos cadavéricos, putas y arrieros».

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