Vox y los crotálogos
Augura una encuesta de Sigma Dos para El Mundo la entrada triunfal de Vox en el Congreso con un 13% de los votos y la certeza de que, en España y a pesar del sistema electoral, la derecha dividida es aun más fuerte que la derecha unida. Se nos va a hacer muy largo este siglo XXI, me parece a mí.
Resulta menos enternecedor que peligroso constatar que el franquismo latente, ese que los franquistas aseguraban que no existía, renace ahora con tanto orgullo y tanto voto. En la citada encuesta se empareja prácticamente con los indignados asaltadores de cielos que iban a revolucionar España desde lo profundo de las plazas y desde el frío de los pisos desahuciados.
En Vox corría la frase de que había que dejar en paz al abuelito, o sea, a Francisco Franco. No hablar de él salvo en la más amorosa intimidad. No creo que eso dure. Más bien pienso que pronto se empezará a reivindicar su legado. En el PP, de vez en cuando se les escapaba. Jaime Mayor Oreja, aquel ministro de José María Aznar, lo dejó clarinete cuando el PP campaba en la oposición a Zapatero.
–¿No considera pertinente condenar el franquismo? –le preguntaba La Voz de Galicia.
–No, por muchas razones. ¿Por qué voy a tener que condenar yo el franquismo si hubo muchas familias que lo vivieron con naturalidad y normalidad? Representaba a un sector muy amplio de los españoles. Era una situación de extraordinaria placidez.
Pues nada, don Jaime, que aquí han venido otra vez sus plácidos aquellos, y parece que esta vez para quedarse.
Ahora Ciudadanos mira con horror a su hermano sepia, pero tampoco creo que tarden demasiado en normalizar su compañía. Sencillamente porque Mayor Oreja, por una vez, tenía razón. Y los españoles nos sentimos más representados con el a por ellos que con la poesía del 27 o del siglo de oro. Para qué engañarse.
Vox no es un problema. Vox somos nosotros y nuestros toreros y nuestras banderitas rojigualdas en el Lacoste. España es y ha sido siempre un país mucho más afecto a sus símbolos que a su cultura, su ciencia o su pensamiento. Los americanos como Hemingway nos comprendieron muy bien, y por eso nos simplificaron tanto. Somos un trozo de carne envuelto en un folclore. Nuestro arte más poderoso se llama crotalogía (arte de tocar las castañuelas) y se sustenta en una sola regla: no es preciso tocar las castañuelas, pero de hacerlo es preferible hacerlo bien.
De ahí el éxito de Vox, con esa casi cándida tendencia a simplificarlo todo, a verlo todo no blanco o negro, sino rojo o gualda. Si uno quiere ahondar en sus pensamientos, no encuentra prácticamente nada. Su modelo de país se basa únicamente en el orgullo de ser español, una cosa que, por alguna ignota razón, la gente adora.
Cuando vengan las elecciones generales, va a ser curioso estudiar su programa. Para seguir creciendo, lo más inteligente es que lo dejen vacío. Solo banderitas. Somos un país de banderitas y lacitos. Ay, qué horror.
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