A Susana Díaz no le gusta su ataúd
Juan Carlos Escudier
Conformado como no podía ser de otra manera el trifachito andaluz, la gran incógnita que queda por dilucidar en aquellas tierras es cuál será el futuro de Susana Díaz quien, tras el terremoto electoral y contemplar el panorama apocalíptico que se extendía ante ella y su partido, se ha limitado a sacudirse el polvo de la blusa con la intención de llevarla al tinte cuando pueda. Por la cabeza de la madre de Andalucía ronda la idea de resistir contra viento y marea, ya que, al fin y al cabo, si Pedro Sánchez fue capaz de resucitar después de quedar como un colador en su particular idus de marzo, nada ni nadie debería impedirle repetir la gesta sin tanta sangre de por medio. ¿Meterse voluntariamente en el ataúd? Ni loca.
No opinan lo mismo en la dirección federal del PSOE, donde la única duda es si conviene proceder a una jubilación forzosa o confiar en que la depuesta tenga el gesto de ceder el paso en la rotonda, algo impensable en quien ignora por completo en política las normas básicas del Código de la Circulación. Se avecina en consecuencia una dura batalla, ya sea en la antesala de las municipales de mayo o inmediatamente después, en función de si las deserciones que ya han empezado a producirse en las filas de la sultana son un simple goteo o una lluvia torrencial.
Las predicciones meteorológicas apuntan a tormenta, porque los cielos ya están muy nublados y los centenares de cargos que quedarán a la intemperie tras la pérdida de la Junta empezarán a tronar, a preguntarse qué hay de lo suyo y a culpar a Díaz de su adversa fortuna. Los cesantes son gente voluble que un día te besan las plantas y al siguiente te muerden la pantorrilla, justo cuando la nómina deja de llegar a la cuenta corriente. Es ley de vida.
Por el momento, los apoyos más decididos de la andaluza han sido los baroncitos que se apiñaron en las escalinatas de Ferraz para dar matarile a Sánchez, aunque alguno ya ha puesto sus barbas en remojo por si al barbero se le va la mano. Como tampoco cabe esperar reacciones exageradas de la vieja guardia, que ha empezado a sentirse cómoda en su nuevo parque jurásico, es previsible que la soledad de la reina del sur sea tan absoluta que ni siquiera haya nadie cuando se mire al espejo.
Al margen de esa poderosa razón que es la venganza servida en plato frío, políticamente es suicida mantener como jefa de la oposición a quien día tras día deberá responder a esas bolas de pelusa, cuando no de basura, que el trifachito le restregará por la cara cuando levante las alfombras. No quiere esto decir que Díaz no sea muy limpia y haya intentado tener la casa como los chorros del oro, pero el polvo tiende a acumularse en los rincones y la casi expresidenta era más de plumero que de vaporeta.
En estos casos, lo normal sería una retirada pacífica y ordenada, pero esta opción cuenta con algunos inconvenientes. En primer lugar, no cabe esperar de entrada que Díaz acepte un caramelo a cambio de desprenderse de su juguete andaluz porque digiere mal el azúcar y cree que tarde o temprano podrá montar de nuevo el mecano. Si esta opción es complicada, la de esperar sin más que haga las maletas y reoriente su vida hacia actividades privadas es descabellada en quien, sin oficio conocido, ha basado todo su beneficio en medrar en el partido desde su lejana adolescencia.
Descartada la paz sólo queda la guerra. Las primeras escaramuzas ya han empezado. Al manifiesto de varios cientos de militantes en el que comparan a Lambán, García Page y Díaz con C’s, PP y Vox ha respondido la sultana en Instagram con una foto de su niño disfrazado de Superman y con el puño en alto. Haría bien Sánchez en ir preparando la criptonita.
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