Jaque pastor
Podemos intenta mantener la iniciativa después de su
fulgurante irrupción en las elecciones al Parlamento Europeo de mayo del
2014. Diez días después de aquellos comicios, en que los dos partidos
principales no lograron sumar el 50% de los votos, abdicaba el rey Juan
Carlos. Comenzaba un tiempo nuevo. Una enorme ola de descontento,
acelerada por la fractura generacional, amenazaba la estabilidad del
sistema España. En otoño del 2014, la gráfica del malestar dibujó un
pico: las atronadoras resonancias del caso Jordi Pujol se vieron
amplificadas por la detención de Rodrigo Rato, el escándalo de las
tarjetas opacas de Caja Madrid, la desarticulación de la trama delictiva
del exconsejero de la presidencia de la Comunidad de Madrid, Francisco
Granados, y la eternidad del proceso Gürtel. En Palma se instruía el
caso Nóos, en Valencia el PP estaba hecho un colador y en Andalucía
crujían las cuadernas del PSOE. En otoño del 2014, Podemos (fase uno)
alcanzaba una proyección del 26% en las encuestas. Se dispararon todas
las alarmas y el cohete Ciudadanos fue propulsado desde Cabo Cañaveral.
La política en España es casi irreconocible tres años
después. La fractura generacional, dolorosa, profunda, casi
irremediable, se ha descarnado como en ningún otro país en Europa.
Desgastado sin cesar por los casos de corrupción, el Partido Alfa
mantiene coagulada una base de más de siete millones de electores,
bloque berroqueño armado por los mayores de 55 años. Mariano Rajoy
cuenta con el apoyo estratégico de los poderes europeos (alicaída
Italia, España es vital para la estabilidad de la UE). Tiene casi
aprobados los presupuestos del 17 con el apoyo de Ciudadanos y el PNV.
La inflamación crónica de Catalunya le ayuda a mantener cohesionado el
voto de orden, el PSOE no está y Podemos se ha clavado en el 21%. Los
morados no bajan, pero tampoco suben, pese a la invisibilidad
socialista. Hay un enorme vacío en el campo de frecuencias que va de
Susana Díaz a Pablo Iglesias. En esa franja, región de gruñidos y
pitidos, intenta dar la sorpresa el resurrecto Pedro Sánchez.
Lo que ha vuelto a subir es el malestar. La gráfica está
marcando otro pico: la trama de Ignacio González, el definitivo
hundimiento de Esperanza Aguirre, la radiación Pujol que no cesa y la
tensión en la magistratura. Hay indicios más que evidentes de que el
Gobierno intenta embridar a los fiscales. Los recientes cambios en la
Fiscalía General del Estado y en la jefatura de la Fiscalía
Anticorrupción apuntan claramente en esta dirección. Embridar a la
magistratura para que el Partido Alfa pueda salir del marco narrativo de
la corrupción en el plazo de un año, momento en el que se comenzarán a
preparar las elecciones locales y autonómicas del 2019; momento en el
que tendría sentido plantear un adelanto de las elecciones generales
para dar por concluida la actual legislatura ficticia. El margen de
autonomía de la magistratura en los próximos doce meses en plena
vorágine de la Tangentópolis española. Esta es la cuestión. Acelerar o
frenar las tareas de limpieza. Esta es la piedra angular de la actual
situación política española, tan difícil de leer por la acumulación de
ruido, de consignas y de teatralidades.
Los deseos de autonomía en el interior de la
magistratura y el malhumor de la calle. En esa delicada intersección se
sitúa la moción de censura anunciada ayer por Podemos. Es la primera vez
que un partido ajeno a las dos grandes corrientes políticas
tradicionales dispone de fuerza suficiente para presentarla. Ni el PCE
ni Izquierda Unida dispusieron nunca de los 35 diputados necesarios para
activar el artículo 113 de la Constitución.
Pablo Iglesias, leninista pop, ha dado el paso. La
iniciativa se está aplaudiendo en las redes sociales y ha hecho fruncir
el ceño de buena parte de los medios de comunicación, en cuyas manos
sigue estando la principal pauta narrativa. La fractura generacional que
no cesa.
El Partido Popular calibra el alcance de la jugada –la
moción puede dejar claro que no hay alternativa al Partido Alfa– y el
PSOE está que trina. Iglesias le está planteando un jaque pastor a
Susana Díaz, a Pedro Sánchez y a Patxi López. Oportunidad táctica para
Sánchez, que no se atreverá a pedir tiempo a Podemos para encabezar la
iniciativa después de las primarias socialistas.
La moción de Podemos será caricaturizada hasta la
extenuación. Y Rajoy es temible cuando sube a la tribuna. He ahí la
prueba a la que ha decidido someterse voluntariamente el hombre de
Vallecas que leyó a Lenin y se apasionó por la lectura eléctrica de la
historia.
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