Día del pueblo gitano: ¡Opre Rromnia thaj o gao Rrom!
La peor de la discriminación que puede sufrir un pueblo es la de ser ignorado, porque si te ignoran, no existes, y si no existes, no hay pasado, y no hay nada que reparar
Las mujeres gitanas de hoy tenemos dos frentes: conseguir la igualdad de género y luchar día a día contra el racismo que sufrimos junto a nuestros Rom y nuestro pueblo
La intervención antigitanista de la europarlamentaria de la Liga Norte Mara Bizzotto, hace unos días en el Parlamento europeo, evidenciaba, una vez más, la escasa visibilidad y la particular elevada tolerancia social con las que se recibe el racismo hacia el pueblo gitano.
Las declaraciones de la europarlamentaria ultraderechista, en las que menospreció el sentido de un Día Internacional dedicado a recordar el genocidio y persecuciones contra el pueblo gitano y en las que reclamó conmemorar un día para las supuestas “víctimas de los problemas causados por los gitanos” ─“víctimas” del hecho que se dediquen recursos públicos a superar la discriminación y mejorar la calidad de vida de las comunidades gitanas que “no quieren integrarse”─, han quedado impunes y en un segundo plano mediático. El ataque racista apenas ha sido condenado. Difícilmente, hubiera pasado tan desapercibido si se hubiera dirigido a otra minoría.
El pueblo gitano es la minoría étnica autóctona de Europa, la más numerosa y, también, la más discriminada y olvidada. El racismo hacia los gitanos, además de estar normalizado, es utilizado políticamente por partidos de derechas para conseguir popularidad. Saben que van a generar simpatías en una parte no menospreciable de la opinión pública y que sus comentarios no van a tener repercusiones negativas. Ni siquiera los partidos de izquierda se oponen a ese discurso defendiendo a los gitanos porque puede costarles votos. Para entender el racismo hacia los gitanos tenemos que buscar en el nacimiento de las colonizaciones Europeas y situarnos en la expansión y descubrimiento del llamado nuevo mundo. A partir de aquí, Europa empieza a fomentar nuevas hipótesis científicas que proclaman la superioridad de la Europa blanca y la inferioridad del resto, para así justificar, desde una falsa legitimidad, la explotación de otros pueblos y razas.
El antigitanismo está arraigado en Europa, desde el principio de nuestra llegada, con leyes, prohibiciones y pragmáticas de aniquilación, asimilación y negación de nuestra diferencia. Solo en España, entre 1499 y 1783, se promulgaron más de 250 legislaciones antigitanas. En 1749, España intentó exterminar a los gitanos y las gitanas españoles. Entre 12.000 y 15.000 gitanos y gitanas fueron apresados en una sola noche y llevados a prisiones y arsenales, por el simple hecho de serlo.
Los hombres fueron enviados a los arsenales y minas de la Corona. Las mujeres y niños, a prisiones y casas de misericordia. Las gitanas se consideraron incapacitadas para educar a sus hijos e hijas. Arrancaron a los niños de sus familias y los llevaron a hospicios para ser reeducados por la Iglesia.
El antigitanismo que hemos sufrido los calés en la historia es la principal causa de la desigualdad y discriminación que sufrimos los gitanos y las gitanas en el siglo XXI. Nuestra historia ha sido construida desde un análisis externo, de incomprensión hacia nuestra identidad y valores como pueblo. Ha sido creada desde los estigmas, las falsas creencias y los estereotipos.
El conjunto de la sociedad ha adquirido este imaginario sobre nosotros, lo ha incorporado en todos los ámbitos y nos ha convertido en una cultura infravalorada e insignificante a escala estructural. Y en muchos casos, los gitanos y las gitanas lo hemos acabado interiorizando, hasta tal punto que los elementos que componen este imaginario estigmatizador se han convertido en atributos identitarios.
Por esto, resulta importantísimo reconstruir la historia del pueblo gitano desde paradigmas que nos permitan reconocernos de igual a igual y, así, integrarla a la historia del mundo, de Europa, de España, y, como no, de Catalunya.
Reclamamos que el Estado español, Cataluña y la Iglesia Católica hagan justicia pidiéndonos perdón, que asuman la deuda histórica que tienen hacia el pueblo gitano. Pedimos un compromiso de reparación cultural y social, para poder equipararnos en igualdad al resto de la sociedad y recuperar, como pueblo, nuestros derechos, perdidos durante siglos de sufrimiento.
En el caso de las gitanas, concretamente, tenemos dos frentes abiertos: luchar día a día en contra del racismo que sufrimos junto a nuestros Rom y nuestro pueblo y conseguir la igualdad de género. Para comprender los roles de las gitanas de hoy es imprescindible analizar las relaciones entre los diferentes patriarcados y el antigitanismo, incrustado en Europa desde siglos, y las consecuencias que estas alianzas tienen sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres gitanas. Las Romnia nunca fuimos sumisas. Las asimilaciones forzosas, pragmáticas, persecuciones y el patriarcado occidental blanco, mermaron y transformaron nuestros valores de libertad e igualdad. Los roles de las calís han evolucionado en toda la historia presionados por el racismo eurocentrista.
Se debe comprender desde qué perspectiva social han evolucionado los roles y las identidades de las mujeres gitanas y de qué forma estas evoluciones han afectado a la organización social de la comunidad gitana y a nuestra imagen tanto exterior como interior.
Del mismo modo, otro factor importante a tener en cuenta son los impactos sociales culturales, de género y de retroceso en todos los ámbitos que se han producido en los barrios guetos, creados décadas atrás por las administraciones. Debe aclararse que no hemos elegido vivir en ellos, sino que fuimos forzosamente instalados de forma estratégica en los extrarradios de las grandes ciudades, para así ejercer un mayor control étnico y social sobre nosotros y nosotras.
Durante muchos años, los servicios mínimos no nos han llegado y hemos sido atendidos con servicios especializados en controlar y reeducar a la población. Aislándonos físicamente con barreras arquitectónicas y astucias sociales, nos arrancaron otras opciones, otras posibilidades y trayectorias de vida, pero aún así, logramos preservar lo más importante: el orgullo de ser gitanos y gitanas.
Un momento clave fue la llegada de la Constitución del 78, con el artículo 14, que legitima la igualdad entre todos los españoles. Con esta declaración de derecho a la igualdad, se dio por hecho que los gitanos íbamos incluidos en el paquete de la igualdad, sin contemplar nuestra especificidad como pueblo, única minoría étnica española. Nos convencieron de que este era el camino hacia el reconocimiento cultural. Creímos ciegamente que tendrían en cuenta nuestras especificidades como pueblo. Pero no, una vez más España cerró los ojos hacia nosotros. El café llego para todos, menos para los gitanos y gitanas.
Negándonos el reconocimiento y ocultando nuestro pasado de aniquilación y persecuciones, no hubo reparación real, sino que empezó la nueva etapa de políticas que no contaron con nuestras opiniones y necesidades, sino elaboradas desde las necesidades de las administraciones.
Con la excusa democrática de equipararnos al resto de la sociedad, empezaron a camuflar políticas asimiladoras en la misma línea que siglos atrás. Políticas que niegan e intentan mutilar, como siempre, nuestra cultura y derechos como pueblo, arrinconándonos en guetos y con políticas paternalistas, controladoras y asistencialistas.
En 600 años ni las políticas, pragmáticas e intentos de asimilación han podido tumbar nuestra identidad. Somos un pueblo fuerte e incomprendido, acostumbrado a que nos culpabilicen de la desigualdad cultural y social que vivimos para, así, justificar que nos merecemos la desigualdad y el racismo, porque lo hemos elegido nosotros.
Estamos muy acostumbrados a que nuestras situaciones sociales no se visibilicen, que pasen a segundo plano en las agendas políticas o que se traten de forma residual y aislada. Nos sentimos indefensos, agotados a la hora de defender nuestras necesidades sociales desde nuestros propios análisis y de defender que debemos disponer de partidas presupuestarias reales.
Si nuestras demandas no encajan con las impuestas desde las administraciones, se nos niegan. A veces, incluso se provocan confusiones y, peor todavía, se generan estrategias para dividir a los propios gitanos y gitanas para pretender evidenciar que todavía no estamos preparados para liderar nuestras propias políticas y, así, continuar decidiendo externamente nuestras necesidades; justificando que todavía necesitamos ser tutelados externamente. Los fines son los mismos de siempre: asimilación. Y si denunciamos todas estas artimañas nos acusan de desagradecidos, indomables o de estar instalados en la cultura de la queja.
La peor de la discriminación que puede sufrir un pueblo es la de ser ignorado, porque si te ignoran no existes, y si no existes, no hay pasado, y no hay nada que reparar. Frecuentemente, hasta que otros colectivos o minorías no empiezan a sufrir las mismas desigualdades que nosotros, no podemos empezar a visibilizarlas.
Un ejemplo de ello es que entidades, técnicos y activistas gitanos y no gitanos llevamos décadas en una lucha conjunta para exigir a Catalunya la deuda histórica hacia los gitanos catalanes, y no hemos empezado a recibir respuestas positivas y efectivas hasta que no se ha empezado a identificar un paralelismo; hasta que Catalunya también se ha sentido identificada como minoría.
El 8 de abril, Día Internacional del Pueblo Gitano, es para celebrar, pero sobre todo para visibilizar que vivimos en una sociedad patriarcal cargada de desigualdades que afectan al pueblo gitano. El género es un factor clave en estas desigualdades. Un ejemplo claro es que la esperanza de vida de las mujeres gitanas en España está 25 años por debajo de la del resto de mujeres autóctonas españolas.
Los patriarcados están presentes en todos los pueblos y el feminismo debe visibilizar la heterogeneidad. Los contextos sociales afectan a las construcciones de género, que junto con las variables políticas, económicas y culturales nos sitúan a las mujeres en diferentes contextos de poder o desigualdad de unas frente a otras.
Debemos integrar las diversidades de los feminismos. No de arriba a abajo. No solo desde las elites. Nunca desde el feminismo blanco eurocentrista, sino horizontalmente, con diferentes perspectivas, enfoques y visiones. Este debe ser el movimiento de lucha por la igualdad de todas y para todas.
Feminismo, sí, marcando nosotras los ritmos; sin coacciones, sin controles, sin políticas asimiladoras que imponen el individualismo patriarcal blanco; con derecho a conservar nuestra pertenencia a la comunidad y nuestro orgullo de ser gitanas; un feminismo reflexionado desde nuestras identidades gitanas y desde el que encontrar vías conjuntas, con las demás mujeres, para reivindicar nuestros derechos a la igualdad, como mujeres y gitanas, sin que disuelvan nuestra identidad.
¡Opre Rromnia thaj o gao Rrom!
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