sábado, 27 de octubre de 2018

UN ARMA DE COTILLEO Y CHIMENTOS MASIVOS


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CreditDoug Chayka
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¿El mundo debe preocuparse por WhatsApp? ¿Es la nueva gran fuerza virulenta para la desinformación y el engaño político a nivel global?
O, más bien, ¿el mundo debe celebrar a WhatsApp? Después de todo, le ha dado a gente de todo el planeta una manera de comunicarse de manera segura con mensajes cifrados que no pueden ser revisados por sistemas de vigilancia gubernamentales, ¿no?
Son preguntas complicadas. Pero la respuesta a todas es sencilla: sí.
Recientemente, el uso de la aplicación de mensajería —que es propiedad de Facebook y tiene más de 1500 millones de usuarios en el mundo— ha provocado una dinámica política y social aterradora. En Brasil, en medio de la campaña presidencial, ha sido un medio para compartir teorías de conspiración y desinformación política. Pasó lo mismo en la más reciente elección en Kenia, el año pasado. En India se volvieron virales mensajes falsos sobre secuestradores de niños que desataron violencia masiva y linchamientos.
WhatsApp ha dicho que está trabajando para frenar la desinformación en su servicio. Los críticos denuncian que no ha hecho suficiente, y puede que tengan razón. Pero mientras más a fondo se revisan los problemas, más intratables parecen, incluso si la empresa está haciendo todo lo que puede para arreglarlos.
A diferencia de Facebook, Twitter o Instagram, WhatsApp no es una red social. Es básicamente una aplicación para enviar mensajes que son en su mayoría de conversaciones privadas y sin mediación alguna de un algoritmo para fomentar su uso. Ese diseño significa que WhatsApp tiene poco control sobre qué contenido se mueve más que otro; en muchos casos, la empresa ni siquiera puede ver qué está pasando en las conversaciones porque los mensajes son encriptados de manera automática.
Eso significa que el problema no es tanto WhatsApp la empresa o WhatsApp el producto, sino algo más fundamental: WhatsApp como idea.
Cuando le ofreces a alguien acceso a comunicación gratuita y privada, pueden suceder muchas cosas maravillosas. WhatsApp ha sido una bendición para poblaciones vulnerables como migrantes, opositores y activistas políticos. Pero también pueden suceder muchas cosas terribles, y quizá sea imposible deshacerse de lo malo sin afectar a lo bueno.
Viéndolo así, WhatsApp es una nueva realidad poderosa y permanente y sus problemas probablemente no serán resueltos, si acaso, administrados ocasionalmente de maneras poco satisfactorias. Para bien o para mal, así es como debemos aprender a vivir con la aplicación.
“Pensé que WhatsApp sería un lugar muy oscuro, loco, donde todas las teorías de conspiración se estarían esparciendo sin que nadie supiera qué sucedía”, dijo Yasodara Córdova, investigadora de DigitalHKS, un centro de la Facultad de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard dedicado a estudiar el papel de las tecnologías digitales en la gobernanza. Córdova ha estado trabajando en Comprova, un proyecto de verificación de datos y de monitoreo de redes sociales durante la campaña de Brasil.
“Pero aprendí que lo que se cuenta en WhatsApp es lo que se ve en cualquier medio de noticias”, dijo.
La diferencia es que WhatsApp tiene mayor velocidad y alcance, dijo Córdova. En Brasil más de 120 millones de personas utilizan el servicio, que en muchos casos no gasta los datos disponibles de navegación para usuarios con un plan de pospago. Como sucede en otros grandes mercados —India, Sudáfrica, Arabia Saudita o Europea— en Brasil WhatsApp es una herramienta para todo tipo de comunicaciones. Se utiliza para mensajes entre amigos, para compartir, para enviar fotos y memes, para actividad política y para más.
En tanto, los problemas de WhatsApp en Brasil son sobre todo causa del ambiente mediático y político tan dividido.
“Por ejemplo, no tenemos bibliotecas públicas en Brasil”, dijo. “No hay tantas fuentes para que la gente revise lo que sí es información confiable y la falta de buenas fuentes refuerza el que crean algo falso si lo ven en WhatsApp o en Facebook”.
Todo esto no quiere eximir a WhatsApp; sí tiene herramientas para refrenar el desastre. Este año después de la violencia de masas en India, otro problema que ya existía antes de la aplicación pero que quizá fue exacerbado por ella, la empresa estableció reglas para limitar lo “viral” que se vuelve un mensaje.
Antes era posible reenviar un mensaje a cualquiera. Ahora hay restricciones: solo es posible reenviar un mensaje a veinte personas, pero en India solamente se puede a cinco personas. WhatsApp dice que los límites son parte de un experimento en lo que la empresa intenta comprender más cómo se afecta el comportamiento de los usuarios y que en el futuro las restricciones quizá sean más afinadas.
La compañía también destacó que muchas de las discusiones en WhatsApp no son por reenvíos virales sino conversaciones íntimas en grupos o entre individuos. “Es muy distinto de otras aplicaciones diseñadas para transmisión masiva, casi como plazas públicas, donde puedes alcanzar un público de millones de personas con tan solo dar clic a un botón”, escribió Chris Daniels, vicepresidente de la empresa, en una publicación de blog en el que discutió la situación en Brasil.
Esa sensibilidad de grupos unidos es lo que vuelve tan perniciosos los rumores en el servicio. La familiaridad por medio de WhatsApp genera confianza, lo cual usualmente es un bien social pero en movimientos con mucho en juego —desastres, guerras, ataques terroristas o elecciones— se vuelve nocivo porque es más fácil confiar en que lo que se reenvía es verídico.
Un estudio de 2016 comprobó esto. Tomer Simon, investigador de la Universidad de Tel Aviv, analizó cómo se usa el internet durante emergencias a partir del secuestro en el verano de 2014 de tres adolescentes israelíes que estaban acampando en Cisjordania. El plagio dio pie a una incursión militar de Israel al enclave palestino y los jóvenes fueron hallados muertos dos semanas después.
El ejército israelí estableció una orden de silencio total para los medios sobre el secuestro, pero pronto comenzaron a circular en WhatsApp reportes de que algo había sucedido. Simon recopiló y buscó identificar con su trabajo de campo la fuente de varios rumores que se esparcieron por WhatsApp en las primeras horas después del plagio de los jóvenes.
Esos rumores resultaron ser muy detallados; varios incluían los nombres de los israelíes, pese a que no se habían compartido en público. Algunos tenían información sobre la búsqueda. Y al menos uno de los rumores parecía pensado para engañar porque decía que los jóvenes ya habían sido rescatados y que los militantes que los habían secuestrado fueron abatidos.
Simon encontró que los rumores los empezaron periodistas y otros civiles que ya habían recibido información sobre los operativos y utilizaron WhatsApp para darles detalles a sus familiares o colegas por medio de grupos en la aplicación que pensaron que eran privados.
De todos los rumores, el más circulado fue el del rescate. Sin embargo, Simon encontró que entre los entrevistados “dos lo compartieron solo con un familiar; dos con el grupo de WhatsApp para su familia; otro con un grupo de funcionarios de la Fuerzas de Defensa de Israel, y un rescatista lo comentó verbalmente con colegas”.
Entonces no se trató de promover rumores de manera indiscriminada y con malas intenciones, a decir de Simon, sino de que algunas personas les confiaron información a otras y esas hicieron lo mismo con otras; cada una pasó lo que consideraba la información más importante y necesaria a amigos o colegas.
El problema, entonces, es la naturaleza humana. Y es por eso que, más allá de que aprendamos a inhibir nuestra tendencia a compartir esta información, es difícil saber qué se puede hacer contra las noticias falsas en WhatsApp excepto prepararnos para más.

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