‘El País’ cuenta el final del chiste
CEBRIAN NO JUEGA CON LAS COSAS DE COMER
En mayo de 1977, el director El País, Juan Luis Cebrián, publicó algo muy parecido a una guía deontológica para la incipiente prensa libre en la que, además de recordar el sueño fundacional de construir “un periódico independiente, capaz de rechazar las presiones que el poder político y el del dinero ejercen de continuo sobre el mundo de la información”, ensalzaba a los “cientos de miles” de españoles que hacían posible el diario. “No son de derechas ni de izquierdas o mejor dicho, y precisamente, son de derechas y de izquierdas, pero ninguno opta por expender patentes de patriotismo, ni piensa que la mejor manera de convivir sea la que desgraciadamente se nos ha querido enseñar en el pasado: la supresión del adversario”, aseguraba.
Cebrián, ya entonces consejero delegado de Prisa, acudió en julio de 1992 a los cursos de verano de El Escorial para denunciar un sistema organizado de corrupción que implicaba directamente a periodistas y medios de comunicación y que, ya fuera por miedo, corporativismo o falta de pruebas, jamás se denunciaba. Habló de casos flagrantes de enriquecimiento personal, que no serían posibles sin chantajes y sin el cobro de un impuesto revolucionario. “Hay sistemas de comprar posiciones editoriales y sistemas de compras de periodistas que publican informaciones en función de los intereses concretos del director, de su familia o de intereses económicos privados de los informadores”, denunció Cebrián con más razón que un santo.
Al de Prisa se le vio encendido con el hecho de que hubiese periodistas que cobraran 300 millones de pesetas al año, un caché que, según dijo, no era normal ni comparable al de cualquier otro fuera de España. “Es superior a lo que gana Peter Jennings, el presentador de más prestigio de Estados Unidos”, certificó a continuación. Hablamos del mismo Cebrián que en 2011, entre salario fijo, incentivos y acciones, se embolsó 13 millones de euros, y que en plena crisis de su grupo no ha debido de bajar de los dos millones al año sin contar el complemento de jubilación, que le asegurará una vejez sin apreturas con un cheque en el bolsillo de otros seis millones a partir de diciembre de 2018.
En julio de 1995, Cebrián y el difunto Jesús Polanco vieron desestimada su demanda de protección al honor contra el periodista Pablo Sebastián, que en varios artículos había sugerido que Prisa había pagado en negro 1.300 millones para hacerse con Antena 3 Radio, la competencia de la cadena Ser. Como no podía ser de otra forma, El País montó en cólera en uno de sus editoriales: “Si los métodos de extorsión, amenaza y destrucción sistemática de la reputación ajena que emplean algunos columnistas merecen el amparo de los tribunales -objeto, lo mismo que otras instituciones, del chantaje de la vanidad o del miedo-, podremos decir con razón que la convivencia democrática se verá seriamente amenazada. Entronizar el insulto como método de debate político o como sustituto de una leal competencia comercial no es la mejor manera de trabajar por la libertad, sino la forma más rápida de acabar con ella”, se decía.
Como el de Caperucita, que en su nueva versión acaba en el juzgado denunciada por malos tratos al lobo, el cuento de no despachar carnets de patriotas, respetar al adversario, renegar del insulto en el debate político y ser austero en las remuneraciones ha cambiado una barbaridad en este grupo de comunicación. No es lo único. Antes los editoriales estaban bien escritos y ahora dejan mucho que desear, quizás porque su nuevo jefe de Opinión aún no les ha cogido el tranquillo.
Publica El País este miércoles una nueva entrega de su cruzada contra Pedro Sánchez, que viene a ser algo muy parecido al final del chiste que estaba contando. Vale que el periódico hiciera el ridículo con una doble página en la que trataba de demostrar que la parálisis política española, por culpa del ‘interfecto’, tenía en un sinvivir a Iberoamérica, desde Ciudad Juárez a la Patagonia. Vale que el diario pidiera su cabeza, que le llamara cobarde, mentiroso, insensato y populista y que, sólo por casualidad, su hoja de ruta en la que proponía una gestora y un congreso extraordinario tras investir a Rajoy coincidiera punto por punto con lo sucedido después. Vale que el actual director, Antonio Caño, tuviera que enviar una sonrojante carta de disculpa a los suscriptores “decepcionados” que empezaron a darse de baja en aluvión, no sin antes mandar a freír espárragos al Comité de Redacción que le pidió explicaciones por el libelo. Pero no, no era lo que se pensaba. La víctima en realidad era el periódico.
Fue Sánchez el que intentó que Telefónica, uno de sus accionistas, convenciera al diario para que modificara su independiente línea editorial cual vulgar dictador de república bananera. Y si en las reuniones del socialista con directivos de El País el pobre entendió que seguirían dándole en el cielo de la boca hasta que no se postrara de hinojos ante Rajoy cometió un error. No fue por presionarle. Citas semejantes son el método habitual para conocer de primera mano los “planteamientos y posiciones” de los políticos. Lo de este hombre es indignante. Si se permitía estas “licencias” desde la oposición “no queremos imaginar qué sería capaz de hacer en este terreno si hubiera obtenido el Gobierno”, asegura el editorial. Una cosa es la libertad de expresión ejercida contra el moribundo y otra muy distinta y denunciable es que se queje el jodío.
Lleva razón el ‘guasinton post’ español en lo habitual de las reuniones con los partidos, especialmente con el PSOE, que siempre hacía lo que se le mandaba. Las practicaron con Zapatero, cuando Bambi quiso mantener un trato normal con El Mundo, entonces proscrito, aunque luego la cosa degeneró casi en un idilio con Pedro J. Después de escuchar toda suerte de críticas, a ZP se le ocurrió dirigirse a Polanco de esta guisa: “Tú lo que necesitas aquí es otro 35 Congreso”. O dicho de otra forma, que debería renovar a su equipo. Cuentan que la cara de Javier Pradera -que a diferencia de este chico nuevo, Torreblanca, sí sabía escribir editoriales- era un poema.
Al final le hicieron caso. Por distintas causas, algunas de ellas naturales, llegó la renovación al periódico, y los EREs y Caño, que, según se dijo, asumía “el reto de combinar la continuidad con el cambio y transmitir el legado de excelencia y calidad sin perder de vista la innovación”. Un éxito sin paliativos, oiga.
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