Arturo Pérez-Reverte: "Estoy viendo morir a la Argentina que amaba"
El escritor español advierte sobre el repliegue de la Argentina culta que él conoció y asegura que hoy "puede haber una revolución por algo falso en Twitter".
Fue periodista y corresponsal de guerra. Sus libros ficcionales suelen convertirse en best sellers y ser llevados al cine y la TV./ Rubén Di)
Echa una pastilla blanca en el agua y las burbujas invaden la copa. Pasa igual con sus palabras: alcanza con arrojar una moneda a esa fuente que es Arturo Pérez-Reverte para que broten las metáforas, los párrafos de suspenso, los relatos bélicos, el murmullo del espionaje, las hazañas de los capitanes.
El tal vez no habría dicho “pastilla blanca”, sino que se habría tomado el trabajo de explicar su efervescencia: que el carbonato sódico, al tocar el agua, se disocia en dos iones, el ión hidrógenocarbonato y el ión sodio, y que el primero se subleva con el ácido de la pastilla y da lugar al dióxido de carbono, el gas que hace estallar la revolución en la copa.
Viene de desayunar en La Biela, su café preferido de Buenos Aires, y de caminar por Recoleta entre racimos de perros que hacen flamear a sus paseadores. A Pérez-Reverte no lo distrae el WhatsApp, porque no tiene WhatsApp, decisión que le regala más tiempo a su vida de explorador de historias. Nacido en Cartagena, junto al mar Mediterráneo, fue periodista y corresponsal de guerra, y su experiencia en lugares cargados de tragedia y dolor aflora en su obra. La última es Eva (Alfaguara) que pertenece a la saga de Lorenzo Falcó, ese agente libre que se mueve en los entresijos del espionaje durante la Guerra Civil Española, un hombre a la vez encantador y peligroso.
Nacido en Cartagena, junto al Mediterráneo, se enamoró hace tiempo de Buenos Aires./ Rubén Digilio
La copa de la pastilla blanca se calma, él la bebe y agradece ya no ser periodista en estos tiempos de mentiras burbujeantes y de redes sociales que han dicho varias veces, por ejemplo, que él ha muerto. Sus destrezas de capitán de yates le han permitido continuar la marcha entre las olas traicioneras de las fake news. Y ante la propuesta de Viva de hacer a un lado la promoción de sus libros (que igual siempre son best sellers) para hablar de los tesoros que ha rescatado de su cercanía con escritores argentinos, Pérez-Reverte acepta.
Y su verba, como la pastilla blanca, se convierte en torrente:
Arturo, ¿cómo era la voz de Osvaldo Soriano?
Cuando hablábamos de la Argentina, triste. Yo recuerdo a Soriano hablando por teléfono, de madrugada, conversando sobre libros que habíamos leído. Nunca nos vimos en persona, pero éramos conocidos, nos teníamos respeto. Y él era para mí esa voz. Cuando yo le elogiaba sus libros, él siempre respondía con una especie de tristeza, porque él sabía que ese elogio no estaba en boca de quién debía estar en su país. Me lo hacía saber de una manera muy elegante. Sentía no ser reconocido por otros que, por cierto, hoy le prologan los libros. Esto hay que decirlo: lo despreciaban. Yo he estado aquí en conversaciones donde decían: “Este Soriano, ta, ta, ta”. No quiero decir nombres, pero tampoco quiero callarlo. Esa tristeza que él tenía… El ser argentino implica una tristeza genética, nacional; cualquier argentino lúdico debía ser triste en algún momento a la fuerza, ¿no? Y él lo era, tenía eso de no saberse querido...
El público lo quería...
Sí, pero él se refería a la gente que manejaba los resortes de la cultura oficial; eso le dolió siempre. El sabía que merecía otra consideración. Yo creo que la intelectualidad argentina, la que sabe, tiene una deuda de honor con Soriano, que no se arregla haciendo prólogos. Yo entendí la Argentina gracias a Soriano. Yo le dije un día: “Maestro, es que yo, leyéndolo, he comprendido la Argentina”, igual que ahora la entiendo con los libros de Jorge Fernández Díaz. Hay escritores que te explican un país.
Creo que la intelectualidad argentina tiene una deuda de honor con Osvaldo Soriano. Yo entendí a la Argentina gracias a él, leyéndolo.Arturo Pérez-Reverte, escritor español
Recuerdo: Pérez-Reverte en la ceremonia de 2003 cuando fue nombrado miembro de la Real Academia Española.
¿Entonces es correcto decir que Roberto Arlt lo ayudó a contar Buenos Aires?
Sí, Arlt es otro de esos autores fundamentales. Yo empecé a venir aquí muy temprano. Estuve en la Antártida antes de la guerra de las Malvinas, ahí conocí a algunos marinos que luego me fueron útiles como fuentes periodísticas, aunque supe más tarde que algunos de ellos se dedicaban a otras cosas... Y después cubrí la guerra, es decir, conozco bien el país. Y hay otra cosa: mi padre era muy amigo de la Argentina, le gustaban los tangos, era un magnífico bailarín. Entonces, yo me sé la letra de los tangos desde que tengo 8 o 9 años, porque él los cantaba. Ese de Gardel que dice: “Si los pastos conversaran/ esa pampa le diría/ de qué modo la quería/ con qué fiebre la adoré” (Tomo y obligo). Es decir que el gaucho solo en la pampa inmensa no tiene con nadie más que hablar que con los prados. Esas imágenes me quedaron en la cabeza. Resumiendo, escribo con una gran carga emocional sobre la Argentina. Había leído a Jorge Luis Borges y entonces descubrí a Roberto Arlt, Los siete locos, la primera vez que vine, años ‘79, ‘80, y digo: “¡Este tío! ¿Por qué nadie me habló de él?” Porque en aquel momento nadie hablaba de Roberto Arlt. Tenemos muy flaca memoria... Ahora reivindicamos a Manuel Puig, que fue muy despreciado en su momento; a Manucho Mujica Láinez. Ahora todos “ta, ta, ta”, pero recordad que hace 20 años ésos eran “autores menores”, que no eran nada valorados por los grandes capitostes de la cultura argentina. Entonces, cuando descubrí a Arlt, me pareció de una dureza, de una crudeza, de una crueldad, de una amargura, de una violencia contenida extraordinaria. Y me enamoré de Arlt. Para mí vienen Borges y Arlt, en ese orden, en la punta de los dos grandes que me han marcado muchísimo por la manera de concebir el mundo y la literatura.
Y yo a esa Argentina la amaba. Pero esa Argentina acogedora, culta, tierna, inteligente, viva, rápida, divertida... muere.Arturo Pérez-Reverte, escritor español
¿Cómo fueron sus charlas de tango con el poeta Horacio Ferrer?
Ah, fueron magníficas. Yo acudí a él porque necesitaba documentar el libro El tango de la Guardia Vieja. Fuimos a cenar para mi cumpleaños a la cabaña Las Lilas. Él, Lulú, Victoria y yo. Y Horacio fue muy generoso, un hombre maravilloso, extraordinario. Yo no hablaba: sólo le ponía pretextos para que él contara. Escucharlo era repasar la historia de la Argentina, de Buenos Aires, del tango, de la música, de todo. Era un hombre encantador, muy afectuoso. Mi libro le debe mucho a Horacio Ferrer.
¿Le hubiese gustado a usted ser entrevistado por Joaquín Soler Serrano, el periodista español que consiguió en televisión testimonios únicos de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Atahualpa Yupanqui, Ernesto Sabato?
Sí, pero sobre todo porque Soler Serrano era un periodista a quien yo admiraba mucho, de la vieja escuela, que hizo de sus programas extraordinarios, obras maestras. Yo los tengo a todos en casa. Los de Borges son geniales... ¡hace que Borges caiga bien, je, je! Porque él, en el trato, en la conversación, no era un hombre especialmente simpático, pero Soler Serrano logra mostrarlo real, maravilloso. El conocimiento que tenía de sus entrevistados, de sus obras, los detalles de sus vidas. Es un ejemplo de cómo se hace una entrevista: el periodista retirándose, jamás poniéndose en foco, dejando toda la gloria a su entrevistado, haciéndolo hablar, acompañándolo a contar todo lo que suscita interés. Realmente Joaquín Soler Serrano los hacía brillar. El ser brillante retirándose, que es lo más difícil en una entrevista. El respeto con el que encaraba la conversación. Ya no hay gente así. Un talento impresionante. Ni siquiera los mejores son así. Ahora hay otro estilo de hacer las cosas. Es una obra maestra ese programa, por el que pasaron los más grandes escritores. Y yo me temo que no doy la talla para estar en ese elenco.
Es fanático de Gardel. No usa WhatsApp. Tiene un teléfono sólo para hablar.
Pérez-Reverte pide ahora una aspirina. La humedad porteña lo aplasta, como el tránsito y la crispación que percibe en el ambiente. Por un segundo cambia el gesto, transpira.
¿Qué le pasa?
Hay algo que me entristece mucho de la Argentina y es que para mí este país siempre ha sido un referente. Recuerdo viajar 12 horas y encontrarte con una ciudad “europea”. La calle Florida, antes de la guerra de las Malvinas: la gente se paraba a discutir, había debates, era un foro. Y hablaban de política, de fútbol, de economía. Era una ciudad griega, romana, europea, francesa. Magnífica en ese sentido. Y yo a esa ciudad la he admirado mucho, la caminé por sus librerías. Y yo a esa Argentina la amaba. Pero esa Argentina acogedora, culta, tierna, inteligente, viva, rápida, divertida... muere. ¡La estoy viendo morir! Veo cómo la cultura se repliega, veo cómo poco a poco el argentino está renegando de lo que le dio prestigio, que es justamente esa argentinidad mezcla de cultura, de humanidad, de sociabilidad, y me da mucha tristeza. Ojo, a lo mejor la Argentina que nace es otra mejor, ahí no me meto, no la estoy criticando, pero ésa, la Argentina que yo admiré, está muriendo. Vengo todos los años y me da pena ver que poco a poco va desapareciendo ese argentino tolerante, culto, hablador, culto incluso en lo popular, en el parque, en el colectivo, en los bares. Te dejaba fascinado conversar con uno de ellos, tenían una brillantez... Pero ahora están todos tensos, encabronados, me da mucha pena. Las librerías desaparecen; a los niños no se les explica en los colegios la memoria. Está desapareciendo la historia de los colegios.
Hay un problema importante y es que las redes sociales han suplantado al periodismo riguroso. Y el público se basa cada vez más en lo que la red social dice.Arturo Pérez-Reverte, escritor español
El dolor de cabeza se le pasa. Ya tiene la agudeza en guardia, la mirada astuta de sus personajes.
¿Es cierto que una noche fue espía?
Es una historia divertida. Pues lo decidimos junto a un muy amigo, espía español, que estaba en Guinea Ecuatorial espiando. Había una operación en curso con la Embajada de España. Entonces, el espía y yo decidimos asociarnos: lo que conseguiría yo, lo utilizaría para publicar y él, para reportar a sus jefes. Hicimos una incursión en una fiesta nocturna, en el despacho del embajador, los dos para conseguir una información muy útil con la cual yo hice una exclusiva muy importante como periodista y él pasó a sus jefes lo que no se podía publicar. Cuando uno ha sido reportero como yo, en lugares inestables, siempre tiene acercamientos, siempre hay gente que pide, que quiere intercambiar datos, nunca he querido tener nada que ver con el espionaje, pero en este caso se trataba de un asunto en mi país, gente seria, solvente, una buena causa, así que decidí aprovechar eso para mi propio beneficio.
Hablando de situaciones irreales, pensemos: ¿Qué pasaría si su personaje Lorenzo Falcó se encontrara algún día con el detective Pepe Carvalho, creado por Manuel Vázquez Montalbán?
Je. Pues, no sé, porque Carvalho es un personaje distinto, es un detective privado, de finales del franquismo... no se hubieran encontrado nunca. De todas formas, Falcó es mucho más hijo de puta que Carvalho.
Ganó el Premio Asturias por su cobertura de la guerra en la ex Yugoslavia. Y el Premio Rey de España 2017./ Rubén Digilio
Para las zonas oscuras de circulación de información, el periodismo tenía un antídoto: el chequeo de los datos. Las redes sociales han obstaculizado ese mecanismo, pero la pregunta es: ¿cree que el diario La Verdad, donde usted empezó su carrera, ahora se llamaría a lo sumo “Algo de cierto”?
Ahora se llamaría “La posverdad”, jaja. Sí. Es que hay un problema importante y es que las redes sociales han suplantado al periodismo riguroso. Y el público se basa cada vez más en lo que la red social dice y no en lo que el periódico publica por la mañana. Es un público impaciente, que no espera la reflexión y va directamente al titular. Entonces eso pone a circular una cantidad de información absolutamente falsa, inexacta, poco fiable, pero es la que está condicionando actitudes. Puede haber una revolución en seis horas por unos tuits, sobre un bulo, algo falso. La crisis económica, que está haciendo desaparecer los medios serios, está dejando ese espacio en manos de redes sociales no fiables y eso crea un flujo de información peligrosamente manipulable.
Pero también hay un presidente que anuncia un bombardeo en un tuit...
He sido periodista muchos años, conozco bien los medios, por eso me alegro de estar fuera ya. Ser periodista hoy es una grave responsabilidad. Hacer un periodismo riguroso es muy difícil porque tampoco la gente lo exige. El problema está en que el público no reclama una información fiable. Se contenta con dos titulares de tuits mal pergeñados, fuera de contexto. El público tiene lo que quiere: rapidez, inmediatez y frivolidad, y esto está generando una mala situación. No me gustaría tener ahora 20 años y ser un joven periodista.
Su última novela, Eva, tiene como protagonista al personaje Lorenzo Falcó.
¿Cómo se lleva con su teléfono?
Mi móvil es uno de esos que sirven para hablar y nada más, ni siquiera lo llevo encima. No tengo WhatsApp, no sé qué es WhatsApp. Apenas uso Twitter para comunicar novedades sobre mis libros. Entro en Twitter, porque es una herramienta muy potente, pero enseguida salgo. Y no vivo pendiente de las redes sociales. El correo electrónico lo miro una vez a la semana. Ahora la gente exige inmediatez y lo terrible es que está exigiendo también que uno corresponda a esa inmediatez, pero no es mi mundo ni me apetece. Me siento desplazado en ese sentido, poco adaptado a esa modernidad. Prefiero pasar tres horas leyendo a tres horas viendo quién me escribe por WhatsApp.
La vida te quita muchas cosas y te deja muy pocas, y una de las que me dejó fue el respeto por la lealtad y por el valor, dos virtudes que tienen los perros.Arturo Pérez-Reverte, escritor español
“Cinco minutos”, avisan que falta de la entrevista, pero el escritor leído por millones de personas ya se siente mejor y contesta: “Que sean diez”.
En Eva, la novela que presentó en la última Feria del Libro, suena Gardel en una escena clave en Tánger. ¿Qué hace el Zorzal tan lejos?
Bueno, porque puso música en los años ‘30. El jazz en los años ‘20 y el tango en los años ‘30. No hay situación social más o menos elegante de esa época, europea u occidental, que no haya tenido un tango de por medio, ¿no? Estaba en los espectáculos, en la radio, en la vida. Si no eras buen bailarín de tango, no tenías éxito social con las mujeres, era imposible, tenías que ser un buen bailarín. Mi padre era un hombre muy apuesto, muy guapo, con bigote, delgado, alto, ¡y un bailarín extraordinario de tango! Así que tuvo un éxito enorme con las mujeres. El tango era la música, la atmósfera. Y Gardel era ineludible. Yo soy un fan de Gardel y de las películas de Gardel. Esa sonrisa blanca, simpática, ese aspecto de bondad, de buen hombre. Tengo todas sus películas.
Ahí en Marruecos, tan cerca Tánger de Casablanca, ¿es posible imaginar a Lorenzo Falcó parecido a Humphrey Bogart?
Bueno, Falcó es más guapo que Humphrey Bogart y bastante más elegante. Hay esa atmósfera de cigarrillo y humo, sí, pero pocos saben que la película Casablanca se llamaba Tánger originalmente, lo que pasa es que, por razones políticas de ese momento, Tánger estaba tomada por las tropas franquistas y se cambió el nombre. A la hora de contar una historia de espías y contrabandistas, pensé en Beirut, que la conozco mucho, pero por razones de España, el oro, la Guerra Civil y África más cerca, Tánger me convenía más en cuanto a localización de escenario.
Adora a los perros. Su próximo libro estará centrado en ellos./ Rubén Digilio
Pronto publicará en la Argentina una novela de perros, cuente eso, por favor.
La vida te quita muchas cosas y te deja muy pocas, y una de las que me dejó fue el respeto por la lealtad y por el valor, dos virtudes que tienen los perros. Me gustan mucho, me parecen el mejor compañero posible. Toda la vida he tenido perros, ahora tengo perros, me emociona acariciarlos, así que decidí hacer una novela en la cual fueran protagonistas, un policial negro, duro, clásico, seco, violento y al mismo tiempo con mucho humor. Ahí está la historia, titulada Los perros duros no bailan.
Ahí se hubiera trenzado con Soriano, fanático de los gatos.
Bueno, los gatos no me gustan tanto. Se parecen demasiado a los humanos.
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