Pedro Sánchez, Cataluña y Andalucía
'Bastará con un gesto tan lógico -y necesario- como el acercamiento de los presos a Cataluña para que se consume el choque de trenes entre Sánchez y Díaz'
'Bastará con un gesto tan lógico -y necesario- como el acercamiento de los presos a Cataluña para que se consume el choque de trenes entre Sánchez y Díaz'
El triunfo de la moción de censura contra Mariano Rajoy acaba de aupar a Pedro Sánchez al cargo de Presidente del Gobierno español. Vuelve así el Gobierno a las manos el PSOE, en la misma alternancia en la que nos movemos hace ya 36 años.
Sánchez va a dirigir un ejecutivo débil, sin mayoría parlamentaria que le permita desarrollar un programa de transformaciones que entierre la era de los recortes y el retroceso en los derechos.
La alegría de quienes estos días celebran la caída de Rajoy no es ni el pálido reflejo de la última vez que un presidente socialista sustituyó a uno del Partido Popular. La llegada de Zapatero tras la victoria inesperada sobre José María Aznar fue un momento absolutamente eufórico para la izquierda. Lo prolongaron una serie de medidas de alto valor ideológico y simbólico adoptadas justo después: la retirada de las tropas de Irak, el gobierno paritario, la ley de matrimonios homosexuales,…
Esta vez las esperanzas de la izquierda son muchísimo más moderadas pese a los gritos de “sí se puede” que oímos el otro día en el Congreso. El momento político es complicado, y el conflicto en Cataluña envenena toda la política del país sin que se vislumbren soluciones fáciles a corto plazo.
Para el Presidente Sánchez eso es a la vez un reto y una oportunidad. Va a tener un Gobierno difícil en el que va a ser más importante la elección de un buen Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes que de cualquier Ministro. El futuro del Gobierno socialista dependerá de que haya alguien con cintura y buen nivel técnico, capaz de dialogar y llegar a acuerdos cotidianos en las Cortes; alguien como fue en su día Fran Caamaño. En todo caso se enfrenta a un Congreso muy dividido y, sobre todo, a un Senado dominado por el PP que, con su bloqueo, puede ralentizar cualquier medida transformadora, haciéndole perder todo efecto electoral. Empezando por medidas tan esenciales, y de tanta carga simbólica, como sería derogar la ley mordaza o subir las pensiones.
Con estas perspectivas parece claro que el objetivo de Pedro Sánchez, si quiere que su gobierno se traduzca en una victoria electoral socialista, tiene que pasar por pacificar Cataluña. Ésa debe ser su misión simbólica, para alcanzar la talla de estadista y el reconocimiento social que lo sitúe como una alternativa real en la próxima legislatura. Para conseguirlo no le va a quedar más remedio que comenzar relajando la presión sobre los presos y sentarse inmediatamente a negociar, asumiendo a corto plazo el coste de ese tipo de medidas. Tiene que demostrar firmeza, pero también cintura y diálogo. Y eso es mejor que empiece a hacerlo cuanto antes.
Un Gobierno español de izquierdas, si es que es el caso, sería muy mala noticia para Susana Díaz: de una parte, dejaría en evidencia su posición conservadora en tantos aspectos sociales; además podría llevar a Ciudadanos a retirarle el apoyo sin que pueda sustituirlo por el de un Podemos Andalucía sometido al acoso de la dirección estatal que sigue intentando expulsar como sea a la Secretaria General de Andalucía.
Por si fuera poco, la única posición política propia de Díaz en estos momentos es protestar contra los presupuestos generales del Estado que no asignan una financiación suficiente para Andalucía. El apoyo de Sánchez a esos mismos presupuestos deja a la andaluza prácticamente sin argumentos políticos. En todo caso, el daño a la imagen de la presidenta andaluza, a la que ya se percibe generalizadamente como una perdedora, tendrá consecuencias electorales.
Pues bien, si con todo esto la situación del PSOE andaluz es difícil, la puntilla le va a venir dada en el momento en que Pedro Sánchez comience a negociar con el soberanismo catalán. La Presidenta andaluza se ha envuelto en estos meses en un españolismo de pandereta que, a su entender, resulta rentable electoralmente en Andalucía. Ella es la opositora más dura a cualquier negociación en Cataluña. Está explotando la carta de la igualdad absoluta entre territorios basada en el disparate de que si “su” Andalucía renuncia a ejercer las competencias autonómicas que le da la Constitución, Cataluña también debería renunciar. Ha construido así un españolismo basado en quitarle toda entidad al Estado autonómico, y que presenta a Cataluña como su principal enemigo.
Bastará con un gesto tan lógico -y necesario- como el cumplimiento de las leyes penitenciarias y el acercamiento de los presos soberanistas a Cataluña para que se consume el choque de trenes entre el Presidente del Gobierno y la Presidenta de Andalucía, ambos del PSOE, pero no del mismo PSOE.
No me cabe duda de que estos días Susana Díaz y sus fieles andan dándole vueltas a posibles escenarios, incluido el adelanto electoral. Sin embargo, de un modo u otro vamos a asistir al enésimo enfrentamiento entre estas dos personalidades fuertes del PSOE. Quizás sea éste el combate final entre ambos, o tal vez no. En todo caso, conviene ir comprando palomitas.
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