Chistes de gitanos
Al cómico Rober Bodegas lo han amenazado de muerte por hacer chistes de gitanos y el tono de las amenazas ha llegado a tal punto que el pobre hombre ha pedido disculpas, ha retirado el video de la plataforma donde estaba ubicado y se ha comido los chistes con patatas. El problema del humor -creo que ya lo he repetido muchas veces- es que siempre va a ofender a alguien, y cuando ese alguien, además, simboliza a una etnia oprimida y estigmatizada durante siglos, la cosa se calienta mucho. Habrá que recordar aquella comedia genial de Lubitsch, To Be Or Not To Be, donde sonaban carcajadas a diestra y siniestra, capaces de ofender a cualquiera, y no se quedaban atrás las que ridiculizaban -¡en plena Segunda Guerra Mundial y en mitad del Holocausto!- el destino de los polacos y del pueblo judío. Por ejemplo, cuando el actor Josef Tura, disfrazado de nazi, le pregunta al coronel Erhrardt, de la Gestapo, si ha visto actuar al gran actor Josef Tura, Erhartdt responde: “Sí, hace con Hamlet lo que estamos haciendo nosotros con Polonia”. Y cuando más adelante alguien le pregunta a Erhardt por qué lo llaman “Campo de concentración Erhardt”, él explica: “Bueno, nosotros ponemos los campos y ellos se concentran”.
Es verdad que la distancia que va de Lubtitsch a Bodegas es enorme, no sólo en el plano humorístico sino también en la época que le ha tocado vivir. Son malos tiempos para el humor negro y hoy día difícilmente se toleraría una sátira tan descarnada como la de To Be Or Not To Be. Incluso en 1961 Billy Wilder tuvo serios problemas con la recepción de una obra maestra de la talla de Uno, dos, tres, por culpa de que, a poco de estrenarse en los cines, se levantó el Muro de Berlín y aquellos chistes sobre alemanes que cambiaban del comunismo al capitalismo a la velocidad de los parlamentos de James Cagney de repente, ante los cadáveres calientes de quienes habían intentado escapar de Berlín oriental, dejaron de tener gracia. “La próxima vez” le escribió una señora ofendidísima a Wilder, “espero que haga usted una comedia sobre el cáncer de pulmón”. Probablemente a esa buena mujer le parecía mucho más graciosa la invasión de Polonia.
Bodegas ha pedido perdón no por contar chistes malos (que lo son, y eso si que no tiene perdón ni defensa alguna) sino por la repentina turba de biempensantes que ha pedido su cabeza. En el imaginario colectivo español aun pesa aquel comienzo terrorífico de La gitanilla: “Parece que los gitanos y gitanas (nótese la modernidad de Cervantes) solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte”.
Poco importa recordar aquí que Cervantes escribía esto a finales del siglo XVI, más o menos por la misma época en que Shakespeare elevaba el antisemitismo a las cumbres más altas de la lírica con El mercader de Venecia. Han pasado cuatro centurias y esta clase de comentarios nos resultan intolerables, aunque es verdad que hasta ayer mismo nos reíamos a mandíbula libre con los chistes de gitanos y guardias civiles, más que nada porque los guardias civiles y los gitanos de esos chistes eran bastante similares a los que pueblan los romances de Federico García Lorca. El humor, aunque sea basto y zafio, siempre pone el dedo en la llaga sobre una injusticia brutal, ya sea el racismo, el femenicidio, la pederastia o el desamparo de un tetrapléjico. Pero el humor -el buen humor, se entiende- nunca es racista, ni machista, ni pederasta, ni ninguna otra cosa, sino que precisamente está para sacar a la luz esos trapos sucios de la sociedad que la sociedad, especialmente la sociedad biempensante, prefiere seguir manteniendo bajo la alfombra. Un chiste incómodo nos revela verdades incómodas sobre nosotros mismos y sobre el mundo en que vivimos. Pero lo que debería ofendernos es que, a día de hoy, todavía pese sobre los gitanos el sambenito de la vagancia y el latrocinio, que los retraten como mamarrachos en realities de mierda al estilo de Los Gipsy Kings y que haya empresas que se niegan a contratar gitanos por el simple hecho de ser gitanos. He ahí varios chistes de la más rabiosa actualidad que no tienen la menor gracia. Lástima que perdiéramos aquel texto de la Poética de Aristóteles en el que hablaba de la catarsis implícita en las carcajadas y el mecanismo secreto de la comedia.
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