Es una escándala
En los informativos hay una costumbre que viene de lejos y que consiste en preguntar a la peña cuestiones del estilo cuántos libros lee usted al mes o con qué frecuencia practica el sexo a la semana. Es importante diferenciar bien ambas actividades porque hay quienes las mezclan y se ponen a leer las instrucciones del preservativo mientras se están revolcando con Madame Bovary. Tello Zurro, que fue uno de los mejores locutores de nuestro ente público (siempre me he preguntado por qué llamaban ente público a la radiotelevisión española, si por el terror o por la antena) consiguió uno de los momentos más espontáneos e hilarantes en una de esas encuestas sobre la vida sexual de los españoles. A la pregunta de cuántas veces fornicaba, había gente que respondía que una vez al día, otros que tres veces a la semana, unos pocos que dos veces al mes. De repente a una señora le daba un incontenible ataque de risa y apenas lograba farfullar: “¡Una vez! ¡Una vez!” “¿Al mes?” preguntaba el entrevistador. “¡Al año!” replicaba la mujer entre carcajadas. Entonces devolvían la conexión al estudio, donde Tello Zurro miraba fijamente al espectador, con seriedad estremecedora, y decía: “No sabemos de qué se reía esta señora. A lo mejor es que le tocaba hoy”.
Probablemente la señora exageraba, igual que esas estadísticas que aseguran que los españoles leemos entre uno y dos libros al año. Por eso no deja de ser curioso que desde el pasado jueves España entera haya entrado en bucle por culpa de un error gramatical deliberado, uno que pretendía señalizar la lamentable situación del colectivo femenino en España. Es verdad que Irene Montero se equivocó al feminizar una voz neutra, es verdad que se equivocó todavía más al empeñarse en continuar con la matraca al día siguiente y es verdad también que confundir la discriminación de género con las desinencias gramaticales no sirve tanto como para reivindicar el feminismo como para hacer el ridículo.
Sin embargo, lo verdaderamente asombroso es el revuelo que se ha organizado en torno a esta tontería, con académicos y escritores tirándose de los pelos, mientras que, por ejemplo, las condenas judiciales contra la libertad de expresión o las alertas presidenciales a reservar planes de ahorro en la banca privada han pasado casi desapercibidas. Es evidente, por el furor de sus diatribas, que el amor al idioma castellano los conmueve mucho más hondo que la situación de los pensionistas o las cifras del paro. No obstante, creo que, más que el patinazo filológico, les irrita Irene Montero, porque justo dos días antes nuestro egregio presidente se hizo una foto con el fondo nevado y habló de “climatología adversa”. Ningún académico, ninguna novelista ni ningún novelisto salió en defensa de la climatología, que es una ciencia, y que en ningún caso puede ser adversa, ni siquiera a Mariano, a quien tampoco le fueron adversas la logopedia o la neurología.
Lo de mezclar el sexo y la literatura es ya una tradición en nuestros políticos, al menos desde los miembros y las miembras de Bibiana Aído. Mariano zanjó la cuestión cuando le preguntaron cuándo iba a igualar la brecha salarial entre hombres y mujeres, y respondió que eso ahora no toca. El ahora puede durar entre unos lustros y varias décadas, teniendo en cuenta que lleva durando aproximadamente desde la época de las cavernas. Lo que toca ahora es bailar canciones de Raphael a ritmo de marisquería. Mariano con igualarse las patillas ya tiene bastante.
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