Ni churros ni pasteles, ¡Andalucía!
Para un ciudadano de a pie como yo, que hasta hace pocas semanas no tenía relación alguna con la política, la opinión acerca de ésta no dejaba de engrosar esos altos porcentajes de la población que piensa que uno de los principales problemas de este país es la clase política y los partidos políticos.Esa opinión, construida sobre la base de una percepción generalizada de descrédito de la cultura política, tiene que ver con algo a lo que desde hace años se viene refiriendo Giovanni Sartori, “un grave proceso de italianización de la política española”, o lo que el póstumo Vidal-Beneyto expresaba cuando decía que en España “la democracia está en la UVI”. Una percepción que se basa en la experiencia cotidiana de la gente, ya sea por tener contacto con personas que forman parte de la estructura de los partidos políticos, ya lo sea por seguir en los medios de comunicación lo que acontece en la vida pública de aquéllos.
Desde hace unas semanas he entrado a formar parte de esa clase política. Y hete aquí el asunto, que en tan escaso trayecto no puedo más que confirmar el sentir ciudadano. En las últimas semanas he asistido a algunas situaciones sintomáticas de la degradada cultura política de los partidos. Desde la formación a la que represento a la ciudadanía en el Parlamento andaluz trasladamos al PSOE —el partido con mayor porcentaje de voto en las pasadas elecciones andaluzas, aunque sin mayoría— una propuesta con tres medidas de gobierno (tolerancia cero a la corrupción, no trabajar con aquellos bancos que desahucian a la gente y reducción drástica de cargos públicos de designación política), con las cuales discutiríamos amablemente nuestra abstención en el proceso de investidura. Tres medidas de sentido común, sin coste alguno y que revertirían sobre la sociedad, no sobre los partidos.
Pues bien, en estas últimas semanas he leído multitud de titulares de prensa que no reflejan en modo alguno lo que se acordaba en el grupo parlamentario Podemos; a veces incluso me sorprendía con mentiras por doquier orquestadas por otros partidos políticos a través de sus teletipos. Tras dos reuniones de negociación mantenidas entre representantes de Podemos y PSOE, la respuesta del partido socialista ha sido un burdo churro. Un churro, por su negativa vergonzosa, vacía de contenido y sin rigor alguno, inadmisible para quien, tras treinta y cuatro años gobernando en nuestra tierra, no puede con ello contar con la confianza necesaria para investir como Presidente de la Junta de Andalucía a ningún miembro de su partido.
Además de los churros, el PSOE entró en el pasteleo. ¿Cómo nos repartimos los 10 u 11 millones de euros que nos concedemos este año para el funcionamiento de los grupos parlamentarios? Yo te doy a ti tanto, al otro menos, yo me quedo con esto… ¿Cómo nos repartimos el espacio de las oficinas de los grupos parlamentarios? Yo me quedo con esta planta, que es la más bonita y con los despachos más grandes, tú con aquella, a ti te doy el palomar que no lo quiere nadie, al otro lo dejo separado en varias partes, etc. ¿Cuánto personal contratado, asistentes, chófer, coches oficiales vamos a tener cada grupo parlamentario? Yo quiero cinco, a ti te doy tres, etc. ¿Cuántas comisiones vamos a presidir cada grupo parlamentario?… En la práctica, el pasteleo ha supuesto el grueso del juego de la negociación del PSOE en estas dos semanas, trazada por un partido que aspira a representar el gobierno de la Junta de Andalucía.
La pregunta que cabe lanzar tras esta experiencia no dista de la del sentir ciudadano: ¿si un partido político al frente del gobierno funciona así entre bastidores, qué confianza puede esperarse de éste entre el resto de las fuerzas políticas? ¿Cómo apoyarlo en la importante tarea de seguir gobernando la vida de nueve millones de personas?
Precisamente, este es el nudo gordiano que mantiene Podemos en lo alto de la mesa, y que define la decisión, el carácter íntegro y firme de su postura. La reivindicación de Podemos no es otra que la de poner fin a una cultura política decrépita, que se encuentra instalada en nuestros partidos e instituciones, e incluso normalizada en las entrañas de los más decisivos actores de nuestra sociedad. Pensamos que, por el bien de Andalucía, esta cultura ha de desaparecer. La democracia no puede seguir siendo sólo representativa, ha de ser real —leal y efectiva con su cometido.
En Podemos creemos que Andalucía no está para churros ni para pasteles. Como decía en su discurso de las dos sesiones de la señora Díaz en su discurso de investidura, “la gente no tiene ni un minuto más que perder”. En eso coincidimos. Es así, la ciudadanía andaluza no puede seguir permitiendo por más tiempo que nuestro futuro dependa de prebendas ni de sillones. Creemos en la responsabilidad quienes han apoyado la propuesta programática que a Podemos nos distingue de la vieja cultura política. Por esa razón, nuestra respuesta no puede ser otra que un NO rotundo a la candidatura de la señora Díaz, porque, por los precedentes, pensamos que no es alternativa a la extinta cultura política. Su candidatura representa en esencia el “más de lo mismo” que tanta desafección y perjuicios produce en nuestra sociedad. Y, en este momento, Andalucía no se puede permitir ningún “más de lo mismo”, porque necesita y aspira a algo diferente. Nosotros seguimos con la mano tendida, pero no a lo mismo de siempre, sino a una propuesta política comprometida de algo diferente y mejor.
(*) David Moscoso es diputado del Parlamento Andaluz de Podemos por Córdoba.
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