El síndrome del alto cargo
La reanudación del juicio de los ERE ha coincidido con una nueva bajada de temperaturas. Como el día en que se inició la vista oral en el mes de diciembre, ayer, los termómetros rondaban los cuatro grados a las puertas de la Audiencia de Sevilla y, aun así, Manuel Chaves volvía a afrontar el temporal -el judicial, el mediático y el climatológico- a cuerpo gentil. Hay que tener mucha confianza en la sanidad andaluza (ignoro si el expresidente de la Junta es usuario de la pública o la privada) para echarse a la calle un 9 de enero con el único abrigo de un traje de chaqueta, por mucha termolactil que uno lleve debajo.
O tal vez lo que le ocurre a Chaves es que sigue teniendo secuelas del síndrome del alto cargo, ése que se adquiere con el paso de los años cuando uno se acostumbra al servicio puerta-puerta; cuando el político lleva décadas sin saber lo que es aparcar a varias manzanas de tu destino o siquiera buscar aparcamiento. Salvo que el afectado tenga en la agenda alguna inauguración prevista a la intemperie, el coche oficial convierte en innecesario el abrigo para el trayecto diario desde tu casa al despacho. Y, a fuerza de no usarlo, uno acaba acostumbrándose a vestir en pleno desplome térmico de enero como si fuera un amable mes de septiembre.
Al ex presidente y a los 22 imputados del caso ERE, la Audiencia de Sevilla les ha permitido llegar hasta sus puertas en coche, un privilegio del que disfrutan al parecer sólo los acusados de mayor rango político, incluso en su calidad de ex. Y no me parece ningún exceso, teniendo en cuenta los riesgos añadidos por la exposición de los imputados a las concentraciones de espontáneos a las puertas de los juzgados sevillanos. Conviene no agregar más sufrimiento a la ya de por sí sufrida pena de banquillo. El mejor ejemplo de lo que nunca debería ocurrir durante un juicio es lo que padeció Isabel Pantoja a su salida de la Audiencia de Málaga, cuando fue prácticamente arrastrada hasta el coche que la esperaba por una turbamulta de cámaras, odiadores y fans.
Claro que, si de algo carece el juicio con más políticos en el banquillo de la historia de la autonomía andaluza, es de concentraciones de espontáneos. Ni a favor ni en contra. Lo cual demuestra cuán amortizada tiene ya la sociedad andaluza el asunto de la corrupción, o qué poco morbo suscitan los encausados.
Es buena noticia que los políticos respondan por los presuntos delitos cometidos sin el sobrepeso de las pasiones, acompañados sólo de la frialdad propia de la parafernalia judicial y sin más presiones añadidas que la de los tiempos procesales. Es buena noticia también que los andaluces hayan digerido sin aspavimientos que dos ex presidentes de la Junta se sienten en el banquillo junto a un puñado de ex consejeros.
En los pasillos de la Audiencia, Chaves se topó con el saludo -al que respondió cortésmente pero sin intercambiar palabra alguna- de Lopera, el ex presidente del Betis, camino de su propio banquillo. Definitivamente, lo que se juzga en Sevilla es todo una era.
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