"Moriré siendo mairenista y comunista"
El genial cantaor de La Puebla de Cazalla, dueño de una voz prodigiosa, muere a los 73 años de edad tras protagonizar una renovación poética del flamenco
ROSALÍA GÓMEZ |.
ESTE verano, aciago en verdad para el flamenco, se acaba de cobrar otra vida. Tras Juana la del Revuelo, Juan Habichuela y Juan Peña El Lebrijano, la noche del viernes se marchó otra figura tan esencial e irrepetible para el flamenco como la de José Menese, incinerado ayer, tras ser despedido por un gran número de artistas y amigos -con la ausencia de los representantes institucionales- en la capilla ardiente instalada en el Museo de Arte Contemporáneo José María Moreno Galván de La Puebla de Cazalla, el pueblo sevillano que lo vio nacer el 3 de diciembre de 1942.
Amén de un cantaor excepcional, cuyas cualidades y aportaciones han sido elogiadas por la crítica durante toda su carrera y reconocidas con galardones tan significativos como el Premio Nacional de Cante de Mairena del Alcor (1967) o el Compás del Cante (1992), con Menese se va uno de los protagonistas de la historia reciente de España. Un hombre comprometido con la libertad y la justicia social, además de con su arte, hasta el punto de que, en 1968, se afilió al Partido Comunista de España, que ayer enviaba una corona para despedirlo.
Es cierto que uno de los motivos que han hecho del flamenco un arte universal es su absoluta independencia de la religión, de la política y de todo aquello que sea exterior a él mismo, por mucho que sus cantes estén tan plagados de invocaciones a santos y vírgenes como de lamentos por la falta de justicia o las fatiguitas con que viven los pobres. Pero otra cosa son los flamencos, seres humanos y sociales que, a pesar de una generalizada reticencia a tomar partido públicamente por una u otra ideología, siempre han tenido que lidiar con los poderes de cada momento para poder vivir de su arte.
Hijo de un humilde zapatero, José Menese debutó en el cine Carretería de Osuna (donde lo escucharía don Antonio Mairena) antes de marcharse a Madrid, donde se forjó artísticamente en los últimos años del franquismo y primeros de la transición, cuando los flamencos empezaban a salir de los cuartitos pagados por los señoritos para irse a los tablaos pagados por los turistas (Antonio Burgos los definiría en la revista Triunfo como "el lumpenproletariado de la burguesía"). Pero también era el momento de la rebeldía de los obreros y, sobre todo, de los universitarios y, a partir de la I Semana Universitaria de Flamenco, que organizara la Universidad de Sevilla junto con el Sindicato Español Universitario (SEU) en 1964, fueron innumerables los foros y los recitales que los colegios mayores y las universidades de toda España y de Latinoamérica dedicaron a este arte, en medio de continuos encontronazos con los grises, suspensiones, censuras e incluso encarcelamientos.
Jóvenes también, deseosos de renovar su arte, Menese, Enrique Morente y Manuel Gerena iniciaron un movimiento progresista que conectó directamente con aquellos ideales, logrando que su presencia, amén de en tablaos y teatros tan prestigiosos como Zambra o el Olympia de París, se hiciera indispensable en las citadas universidades y en manifestaciones surgidas sobre todo a partir de 1975, como la I Semana de Cante, Baile y Guitarra creada por Jesús Quintero en el Teatro Monumental de Madrid o en el I Ciclo de Flamenco que ideó Caballero Bonald para el Teatro Alcalá Palace de Madrid, y que tenía lugar los días en que descansaban Camilo Sesto y suJesucristo Superstar.
Muy distintos en cuanto a voz, talante y concepción musical, los tres le abrieron más de una puerta al flamenco, logrando atraer a miles de jóvenes de todas las latitudes. Sin embargo, frente al espíritu innovador de Morente, cuyas investigaciones musicales lo llevarían por otros derroteros (entre otras cosas, fue el primero en cantar a Miguel Hernández), José Menese, aun teniendo una personalidad artística indiscutible, fue siempre fiel al maestro Antonio Mairena y al llamado mairenismo, es decir, a las formas más tradicionales del flamenco, a las que, a lo largo de varias décadas, permaneció tan apegado como a sus ideas de izquierdas. En alguna que otra ocasión manifestaría que, "al ser un hombre de ideas fijas", moriría "mairenista y comunista, a pesar de que muchos ya hayan dejado de serlo".
Dueño de una voz prodigiosa que hizo de él uno de los mejores cantaores de su época, Menese protagonizó también una renovación poética del flamenco. Unido por una estrecha amistad al pintor y poeta Francisco Moreno Galván, la mayor parte de sus numerosos discos contienen letras firmadas por éste, la mayoría de alto contenido social, aunque carentes de esa demagogia que les hubiera robado el carácter atemporal que las caracteriza. Tras la muerte de su paisano Moreno Galván, Menese grabaría A mis soledades voy, de mis soledades vengo, un disco cuyos cantes, con letras de poetas del Siglo de Oro español, han sido aplaudidos en repetidas ocasiones hasta que sus problemas de salud hicieron cada vez más escasas sus apariciones en los escenarios. En el espectáculo que dio origen al disco, estrenado en el Teatro de la Maestranza durante la Bienal de Flamenco de 2004, el cantaor logró emocionar al auditorio cantando por soleá los conocidos octosílabos de Lope de Vega, o los menos conocidos de Fray Luis de León, Aquí la envidia y mentira (por guajiras) o los de Ruiz de Alarcón, Con mi albarda y a mi burro, que el cantaor adaptó al ritmo de la liviana.
Amén de un cantaor excepcional, cuyas cualidades y aportaciones han sido elogiadas por la crítica durante toda su carrera y reconocidas con galardones tan significativos como el Premio Nacional de Cante de Mairena del Alcor (1967) o el Compás del Cante (1992), con Menese se va uno de los protagonistas de la historia reciente de España. Un hombre comprometido con la libertad y la justicia social, además de con su arte, hasta el punto de que, en 1968, se afilió al Partido Comunista de España, que ayer enviaba una corona para despedirlo.
Es cierto que uno de los motivos que han hecho del flamenco un arte universal es su absoluta independencia de la religión, de la política y de todo aquello que sea exterior a él mismo, por mucho que sus cantes estén tan plagados de invocaciones a santos y vírgenes como de lamentos por la falta de justicia o las fatiguitas con que viven los pobres. Pero otra cosa son los flamencos, seres humanos y sociales que, a pesar de una generalizada reticencia a tomar partido públicamente por una u otra ideología, siempre han tenido que lidiar con los poderes de cada momento para poder vivir de su arte.
Hijo de un humilde zapatero, José Menese debutó en el cine Carretería de Osuna (donde lo escucharía don Antonio Mairena) antes de marcharse a Madrid, donde se forjó artísticamente en los últimos años del franquismo y primeros de la transición, cuando los flamencos empezaban a salir de los cuartitos pagados por los señoritos para irse a los tablaos pagados por los turistas (Antonio Burgos los definiría en la revista Triunfo como "el lumpenproletariado de la burguesía"). Pero también era el momento de la rebeldía de los obreros y, sobre todo, de los universitarios y, a partir de la I Semana Universitaria de Flamenco, que organizara la Universidad de Sevilla junto con el Sindicato Español Universitario (SEU) en 1964, fueron innumerables los foros y los recitales que los colegios mayores y las universidades de toda España y de Latinoamérica dedicaron a este arte, en medio de continuos encontronazos con los grises, suspensiones, censuras e incluso encarcelamientos.
Jóvenes también, deseosos de renovar su arte, Menese, Enrique Morente y Manuel Gerena iniciaron un movimiento progresista que conectó directamente con aquellos ideales, logrando que su presencia, amén de en tablaos y teatros tan prestigiosos como Zambra o el Olympia de París, se hiciera indispensable en las citadas universidades y en manifestaciones surgidas sobre todo a partir de 1975, como la I Semana de Cante, Baile y Guitarra creada por Jesús Quintero en el Teatro Monumental de Madrid o en el I Ciclo de Flamenco que ideó Caballero Bonald para el Teatro Alcalá Palace de Madrid, y que tenía lugar los días en que descansaban Camilo Sesto y suJesucristo Superstar.
Muy distintos en cuanto a voz, talante y concepción musical, los tres le abrieron más de una puerta al flamenco, logrando atraer a miles de jóvenes de todas las latitudes. Sin embargo, frente al espíritu innovador de Morente, cuyas investigaciones musicales lo llevarían por otros derroteros (entre otras cosas, fue el primero en cantar a Miguel Hernández), José Menese, aun teniendo una personalidad artística indiscutible, fue siempre fiel al maestro Antonio Mairena y al llamado mairenismo, es decir, a las formas más tradicionales del flamenco, a las que, a lo largo de varias décadas, permaneció tan apegado como a sus ideas de izquierdas. En alguna que otra ocasión manifestaría que, "al ser un hombre de ideas fijas", moriría "mairenista y comunista, a pesar de que muchos ya hayan dejado de serlo".
Dueño de una voz prodigiosa que hizo de él uno de los mejores cantaores de su época, Menese protagonizó también una renovación poética del flamenco. Unido por una estrecha amistad al pintor y poeta Francisco Moreno Galván, la mayor parte de sus numerosos discos contienen letras firmadas por éste, la mayoría de alto contenido social, aunque carentes de esa demagogia que les hubiera robado el carácter atemporal que las caracteriza. Tras la muerte de su paisano Moreno Galván, Menese grabaría A mis soledades voy, de mis soledades vengo, un disco cuyos cantes, con letras de poetas del Siglo de Oro español, han sido aplaudidos en repetidas ocasiones hasta que sus problemas de salud hicieron cada vez más escasas sus apariciones en los escenarios. En el espectáculo que dio origen al disco, estrenado en el Teatro de la Maestranza durante la Bienal de Flamenco de 2004, el cantaor logró emocionar al auditorio cantando por soleá los conocidos octosílabos de Lope de Vega, o los menos conocidos de Fray Luis de León, Aquí la envidia y mentira (por guajiras) o los de Ruiz de Alarcón, Con mi albarda y a mi burro, que el cantaor adaptó al ritmo de la liviana.
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