Por Fernando López Agudín
Podemos o Impotentes.
Salvo Manuela Carmena, que no es de Podemos, y Carlos Jiménez Villarejo, que sí lo fue, nadie de Podemos o de su amplio entorno, se ha manifestado en favor de la abstención de la formación morada a cualquier gobierno de derecha que se pueda formar con o sin el PSOE. Sin embargo, si uno se atiene a lo que dicen los medios de comunicación, parece que la crisis abierta por el cese de Sergio Pascual, está relacionada con la existencia de un sector abstencionista dentro de Podemos, partidario de no ejercer el voto en la investidura de Sánchez. La realidad nos dice que no es cierto, ningún dirigente se ha pronunciado en este sentido, pero así aparece en los medios, debido a una interesada campaña — dirigida por un antiguo director de informativos de la TVE franquista — destinada a fomentar la idea de que existe una corriente dentro de Podemos que defiende colaborar con el pacto Rivera-Sánchez. O sea, Impotentes contra Podemos.
Esta campaña recuerda a otra que se organizó en pleno franquismo, en 1964. Bajo la batuta del ministro Fraga Iribarne, en los sótanos del Ministerio de Información y Turismo, actual sede de Defensa, se redactaba e imprimía un Mundo Obrero a la contra, como falso órgano del P.C.E. El objetivo real era proporcionar una realidad distorsionada de la política de la casi única organización democrática que luchaba entonces contra la dictadura. En este panfleto, se vendía una supuesta tendencia interna — partidaria de colaborar con la llamada liberalización de la dictadura, que decía encabezar Manuel Fraga — enfrentada a la línea oficial de ruptura democrática del Partido Comunista de España. O sea, liberalizadores contra demócratas.
Sobre la base de un decisivo debate en el seno de Podemos, se introduce el bisturí a fin de cortar todos los tejidos de este grupo político. Si en febrero se buscaba separar cada una de las confluencias periféricas para que apoyaran el pacto PSOE-Ciudadanos, una vez fracasada la investidura de Sánchez, lo que se busca en marzo es contraponer a Podemos con supuestas fracciones impotentes, partidarias de abstenerse, si Pedro Sánchez reincidiera en su muy aventurera investidura. De esta manera, una discusión sobre el modelo de partido o la política de alianzas, que trasciende de ese agarbanzado pacto de Rivera con Sánchez, queda reducida a un pueril sí o no a uno de los posibles gobiernos que intenta formar la derecha. Cuando en las formaciones lideradas por Iglesias, Garzón y Oltra, no se discute como ayudarla sino cómo combatirla.
Que duda cabe que el rechazo forzado de Sánchez a presidir un gobierno de progreso provoca muchas discusiones en Podemos, IU y Compromis. El olvido del programa socialista por el propio candidato, que podía servir de punto de partida para elaborar un proyecto progresista, plantea no pocos problemas a la izquierda. Obvio es que las perspectivas no pueden ser las mismas si el PSOE se mantiene o si abandona el campo progresista. Eje de esta polémica es saber cómo se contribuye mejor al retorno de este hijo pródigo de la izquierda, que está a punto de dilapidar ese enorme capital político amasado con once millones de votos.
Esta importante controversia afecta tanto a España como a toda la Europa del Sur. Sin la coordinación de la lucha de los pueblos mediterráneos, no cabe renegociar la impagable deuda con Alemania. El intento de reventar Podemos, al tratar de antagonizar lo que Mao calificaría como contradicciones en el seno del pueblo, se debe a que ese combate pasa por Madrid. Nada más ridícula, por cierto, que la intervención de Sánchez con Alexis Tsipras para que presionara a Pablo Iglesias en favor de su investidura. Deje a Ciudadanos y mire a Podemos, fue la respuesta del primer ministro griego, que sabe mejor que nadie que Atenas se vería tan perjudicada como Madrid, si el PSOE continúa en su actual negativa a encabezar un gobierno votado por la mayoría de los españoles.
Es particularmente irritante que, en función de esta búsqueda de impotentes en Podemos, echen mano de la memoria de Enrico Berlinguer. Recurrir a sus tesis sobre el compromiso histórico es un puro ejercicio de cinismo. Envolver esta pretendida abstención como si fuera una traducción hispana del compromiso italiano, es una analogía tan forzada como inexacta. En España no existe ningún Aldo Moro, asesinado en Italia por intentar un acuerdo con la izquierda; por el contrario, lo que sobran son mafiosos como Andreotti 0 canallas como Craxi. Si lo que queremos es buscar parecidos concretos con la experiencia italiana, no hay que retrotraerse a 1945, con un Mussolini colgado cabeza abajo de un garfio carnicero, ni tampoco a 1974, cuando Berlinguer negoció con Aldo Moro el compromiso histórico; mejor mover la moviola a 1992, cuando se hundieron democristianos y socialistas llevándose por delante el régimen de la I República.
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