La geografía del gomazo: retornos del tabaco y del hachís
En el Campo de Gibraltar, hay quien vive del gomazo. La palabra que identificaba históricamente el golpe recibido por una defensa de la pasma ha cambiado de significado: ahora identifica a un rápido viaje ida y vuelta en una fuera borda con una carga de hachís o de coca que puede reportar 35.000 euros a cualquier emprendedor del narcotráfico en el Estrecho. O 50.000 incluso, en el caso de los pilotos, como jornal diario.
Verán, por lo tanto, que la película “El niño” sigue rodándose en paisajes naturales. Durante el fin de semana, los bañistas de La Línea de la Concepción asistieron asombrados al desembarco, a plena luz del día, de lanchas cargadas con tabaco de contrabando. Una industria que pasa históricamente por Gibraltar pero también por otras vías de entrada en la Península. A pesar de lo que se diga en los mentideros oficiales, su trasiego no suele relacionarse con el de la cannabis o la doña blanca salvo cuando sirven de señuelo para distraer a las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado que a veces no tienen dinero ni para echarle gasoil a sus lanchas.
Lo cierto es que los ridículos y autoritarios controles que el ministerio español de Asuntos Exteriores ha impuesto en la Verja no sólo les amargan la vida desde hace varios años a trabajadores, turistas, estudiantes o jubilados que tardan media vida en cruzar dicho paso fronterizo. También le ha cortado el grifo a los matuteros, aquellos que se ganaban unos cuantos euros pasando cartones que ya no logran escamotear de la vigilancia de picoletos, maderos y aduaneros. Así que, de repente, los bañistas han logrado grabar en sus móviles la llegada a la costa de los contrabandistas cargados de cajas con marcas conocidas o imposibles, entre las que ya no se cuentan las que la propia Tabacalera y Altadis exportaban en su día al Peñón y que volvían al mercado negro español por un quítame allá unas tasas e impuestos. El Gobierno de Mariano Rajoy cortó ese negocio pero, a pesar de ello, el tabaco que no cotiza impuestos sigue circulando por quioscos clandestinos y pequeños camellos de nicotina a lo largo del país.
Francisco Mena, de la Asociación contra la Droga del Campo de Gibraltar, una veterana red de indignados contra los narcos, le encuentra una explicación lógica al crecimiento de esta actividad: la comarca vuelve a rozar el 40 por ciento del desempleo y miles de familias carecen de ningún tipo de ingresos. La moral de frontera, como dirían los sociólogos. El profesor Manuel Sánchez Mantero calculaba hace años que a mediados del siglo XIX, cien mil andaluces vivían del contrabando con Gibraltar. Hoy, se desconoce la cifra exacta pero el retrato robot de la economía sumergida vuelve a ser el mismo y abarca desde los suburbios de la exclusión a los chalets adosados de familias fuera de sospecha que eluden el desahucio alquilando su garaje para guardar la mercancía sin demasiado riesgo de redada.
¿Cómo querer que esto cambie si la geografía humana y económica del Estrecho sigue siendo la misma? Las rutas del hachís vuelven a utilizar los ríos Palmones y Guadarranque, en Los Barrios y San Roque respectivamente, para llegar a la Península tras burlar los controles del Sistema Integrado de Vigilancia Exterior que otea embarcaciones llenas de fugitivos de la desesperación pero que no blinda, a pesar de algún que otro servicio brillante, la llegada de la mutinacional de la griffa o los intercambiadores de coca. Vigilancia Aduanera y el Cuerpo Nacional de Policía lograron, recientemente, destapar una organización de primer nivel, a la que se le incautó 4,7 toneladas de hachís, armamento, recursos técnicos de última generación e incluso una vivienda en Guadarranque con embarcadero propio. Al frente, en esta ocasión, figuraba un marroquí de 31 años, llamado Abdellah El Haj Sadek Membri, a quienes todos llaman Messi por su admiración hacia el futbolista argentino. En rigor, era un pasador, con su propia tarifa: 300 euros por kilo transportado. Un intermediario de lujo que había amasado toda una fortuna y que, al parecer, sigue controlando el negocio en la sombra, desde el módulo individual de la cárcel de Córdoba donde espera juicio.
No es la primera vez. No es el primer apodo. Abdelilah. El Nene. Mario. Legendarios narcos que ensayaban a diario la letra de “Clandestino”, la canción de Manu Chao, entre Ceuta y Gibraltar. El problema no es que sigan ellos. U otros como ellos. El problema es que sigue existiendo la misma marginación, la clase media empobrecida, los lazarillos contemporáneos dispuestos a cualquier albur con tal de salir de la miseria. A veces, la cárcel no es el peor castigo. A menudo, la peor droga es la pobreza. El obispo Antonio García Añoveros encargó, en los años 60, una radiografía de esta olvidada zona de nuestro país, que, cincuenta años más tarde, sigue manteniendo las mismas ratios de desesperación y ruina social por más que figure a la cabeza de los brotes verdes de la macroeconomía industrial. Algo no cuadra en dicha ecuación. Sus resultados pudieron verlos los linenses en las playas del último fin de semana. Al menos, por esta vez, el agua de las turbinas salpicó sobre las conciencias de todos nosotros. Pero no servirá para nada.