miércoles, 21 de agosto de 2013

Las colonias niegan la lógica de la historia


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Simon Jenkins - The Guardian
Los días del imperio británico terminaron y mantener los que en el pasado fueron territorios estratégicos, como Gibraltar, supone una reliquia del pasado. El floreciente éxito de Gibraltar como paraíso fiscal exaspera a un vecino golpeado por la crisis, aunque su futuro parece asegurado
No hay nada que supere un portaaviones. El HMS Illustrious salió de Portsmouth el 12 de agosto, delante de la fragata HMS Victory y de multitud de patriotas vitoreando a las embarcaciones. En una semana llegaba a Gibraltar, a un tiro de cañón del Cabo Trafalgar. El pecho de la nación se hincha de orgullo y se contienen las lágrimas. El espíritu olímpico se deja a un lado para chamuscar las barbas del rey de España.
El imperio británico ha dado mucho que hablar, pero eso se acabó, está muerto, se esfumó. La idea de un buque de guerra británico supuestamente amenace a España es absurda. ¿Acaso va a bombardear Cádiz? ¿Sus cañones acabarán con un atasco en la hora punta en una colonia que la mayoría de los británicos consideran repleta de evasores fiscales, traficantes de drogas y quejicas de derecha? Los gibraltareños tienen derechos, pero por qué deben enviar los contribuyentes británicos unos barcos de guerra para defenderlos, aunque sea “para realizar ejercicios militares”, es todo un misterio.
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Un estudio sobEspaña y Reino Unido se baten el cobre diplomático re las polémicas colonias británicas, Gibraltar y las Malvinas, sólo puede aportar dos conclusiones. Una es que la reclamación que hace sobre ellas Gran Bretaña según el derecho internacionales es totalmente sensata, la otra es que actualmente es una absoluta ridiculez.
Los Estados naciones del siglo XXI ya no tolerarán la más mínima humillación de soportar los restos de los imperios de los siglos XVIII y XIX. La mayoría de los imperios europeos surgió de la “realpolitik” del poder, sobre todo los Tratados de Utrecht (1713) y de París (1763). Esa misma “realpolitik” ahora ordena su desmantelación. Una de las primeras finalidades de las Naciones Unidas era conseguir precisamente eso.
Por supuesto, las personas que viven en estas colonias tienen derecho a que las tengamos en cuenta, pero esos derechos nunca se han antepuesto a la realidad política. Tampoco lo ha exigido Gran Bretaña, al menos cuando las circunstancias así lo dictaban. A los residentes de Hong Kong y de la isla de Diego García no se les consultó, ni tampoco se les concedió la “autodeterminación”, cuando Gran Bretaña quiso tirarlos al cajón del olvido de la historia. Hong Kong se entregó a China en 1997, cuando finalizó la cesión de los Nuevos Territorios. El Pentágono exigió la isla de Diego García y se le entregó en 1973. A los británicos de Hong Kong se les negó el pasaporte y los habitantes de Diego García fueron desalojados sumariamente a Mauricio y a las Seychelles.
Negociaciones de todo tipo
La seguridad de Gran Bretaña no depende de estos lugares. Tampoco de estaciones carboneras en el Atlántico. Francia sobrevive sin poseer Senegal y Pondicherry, y Portugal sin Santo Tomé y Goa. Cuando los indios se apoderaron de Goa en 1961, el mundo no se opuso. De hecho, el plan de invasión argentino en las Malvinas en 1982 se denominó Operación Goa, ya que Buenos Aires asumió que también se consideraría una acción de limpieza post-imperial.
Las reliquias del imperio británico ahora sobreviven en los intersticios de la economía global. Son las grandes beneficiarias de la hemorragia fiscal que se ha producido como resultado de la globalización financiera. Muchas se han convertido en sinónimo de corrupción. Las autoridades fiscales estadounidenses no ocultan su furia ante la situación de Bermudas. George Osborne se ha propuesto cazar a los evasores fiscales de las Islas Caimán y las Islas Vírgenes Británicas.
España se queja desde hace tiempo de la función de Gibraltar a la hora de facilitar el contrabando, el blanqueo de dinero y las apuestas en el extranjero, más allá de su propio alcance normativo. Esto desembocó en un informe del FMI de 2007 sobre las deficiencias en la normativa financiera de la colonia. La condición de paraíso fiscal de Gibraltar le ha aportado un exceso de riqueza, lo que aviva la ira de España por el hecho de que tanto dinero fluya libre de impuestos por lo que considera su propio territorio.
Estas colonias afirman ser “más británicas que los británicos”, aunque no paguen ningún impuesto a Reino Unido y sirvan de paraísos fiscales para los fondos de Gran Bretaña. Gibraltar se ha especializado en particular en las apuestas por Internet. Las colonias juran lealtad a la corona, pero no a sus autoridades fiscales ni a su política financiera. Son parques de atracciones churchilianos con buzones rojos, “fish and chips” y cerveza caliente. Pero quieren seguir disfrutando de las ventajas sin obligaciones. Cuando los vecinos se enfadan, exigen a los que pagan impuestos que les protejan y les envíen soldados, diplomáticos y abogados en su ayuda.
En el argumento jurídico entre Gran Bretaña y España, sale ganando Gran Bretaña. Aunque Gran Bretaña no se uniera al espacio Schengen de libre circulación fronteriza, supuestamente todos los Estados de la UE facilitan el movimiento de sus ciudadanos. El cobro de entrada de 43 libras que ha propuesto España es excesivo. Podría resultar irónico que los ministros conservadores plantearan su causa ante los odiados tribunales europeos, pero es el lugar al que tendrían que acudir. Recurrir a la justicia es mejor que fingir una guerra.
Granos de arena
Dicho esto, es inconcebible que un intermediario sincero no pueda resolver esta disputa de hace siglos. En varias ocasiones, Gran Bretaña ha intentado llegar a un acuerdo de compromiso sobre la soberanía de Gibraltar. Margaret Thatcher inició las conversaciones en 1984, tras resolver con éxito la situación en Rodesia y Hong Kong. Los españoles ofrecían a Gibraltar un estatus de transferencia total, como los vascos y los catalanes, respetando su idioma, su cultura y un grado de autonomía fiscal. Tal y como ha demostrado el caso de Hong Kong, la transferencia de soberanía no quiere decir absorción política.
La maldición en este caso ha sido la ineptitud española que ha intensificado la intransigencia gibraltareña. Los embotellamientos en las fronteras son contraproducentes para ganarse los corazones y las mentes, al igual que los torpes aterrizajes argentinos en las Malvinas. España exigía la soberanía ya, a pesar de contar con colonias en el norte de África. Esto puso a los Gobiernos británicos contra la pared y los hizo vulnerables ante los lobistas coloniales que blandían la exigencia de la autodeterminación. El referéndum celebrado en Gibraltar en 2002 se saldó con un 98% de apoyo para seguir manteniendo el estatus de colonia y en una votación en las Malvinas se obtuvo un resultado similar. Dista mucho de la disposición de Thatcher de entregar Hong Kong y aceptar la “soberanía con reserva de usufructo” de Madrid y Buenos Aires.
Lo cierto es que las colonias convertidas en paraísos fiscales de Gran Bretaña se sienten más seguras que nunca, consagradas por la historia con la protección británica y libres para echar un vistazo por el lado oscuro de la economía global para obtener dinero. Esto ha engendrado una tribu de británicos bañados en oro que viven en un mundo paralelo perpetuo. Cuando le pregunté a un gibraltareño que afirmaba ser “150% británico” por qué no debía pagar al menos el 100% de los impuestos británicos, me respondió: ”¿Y por qué tengo que pagar a unas personas que están a miles de kilómetros de distancia?”.
Aunque nieguen la lógica de la historia y la geografía, ni Gibraltar ni las Malvinas estarán jamás realmente “seguras”. Algún día estos vestigios se fusionarán de alguna forma con sus territorios interiores y dejarán de ser la china en el zapato de las relaciones internacionales. Ese día estará más cerca si los Gobiernos del mundo emprenden acciones para acabar con los paraísos fiscales.
Mientras, los habitantes de Gibraltar pueden seguir votando para “seguir siendo británicos” todo el tiempo que quieran. Pero si no aceptan los impuestos y las disciplinas que aceptan la mayoría de europeos, mientras se quedan con los negocios de los centros financieros de Europa, no pueden esperar que ningún Estado de la UE les proteja. Una fila ocasional de seis horas en La Línea es un bajo precio a pagar por negarse a formar parte del mundo real.

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