.Que la depilación o no del pubis sea objeto de debate da qué pensar. En primer lugar, quiero defender la moda, no ésta, sino en general, porque forma parte de la vida y no es optativa. Se puede rechazar una moda, pero no parece posible vivir sin modas, como le dijo Kant a la paloma (que se equivocaba). He recordado aquí alguna vez a aquel profesor que nos preguntaba en clase: ¿ustedes creen que en el siglo XV los pobres se amaban? La respuesta es no, claro está. El amor, en el siglo XV, estaba de moda sólo entre las clases muy acomodadas. Era un pasatiempo de ricos ociosos. Calixto quería enamorarse porque lo había leído en los libros, para estar a la última; a sus criados ni se les pasaba por la cabeza semejante ridiculez.
Como no se le pasaba por la cabeza, a principios del XVII, a Sancho Panza estar enamorado de su mujer, Teresa Panza, menuda patochada; eso eran chaladuras de hidalgos como don Quijote, que sabía por las novelas que estaba de moda y se enamoraba a propósito.
En cambio veo por la tele a las infantas y sus maridos o a otras parejas de ricos, y me da la sensación de que, hoy en día, el amor ya sólo está de moda entre la gente con hipotecas y que no llega a fin de mes. De igual manera la moda es decisiva en la cultura (¿a quién se le ocurre escribir hoy autos sacramentales o poesía épica?), en los sentimientos, en la filosofía, en la política y por supuesto en la sexualidad. ¿O ustedes creen que los campesinos del siglo XII, pongamos por caso, se besaban tanto en la boca como ahora se usa? Como decía el tío de Tony Soprano, poco partidario de las nuevas modas: “La jodimos con el psicoanálisis y el cunnilingus”. Cristina Fallarás me contó un día que también estaba hasta la coronilla de la moda del cunnilingus y que iba a abrir en Facebook un grupo llamado “Gánatelo a empujones”.
Así que, con todo respeto, intentar no dejarse influir (no me parece necesaria una criatura como “influenciar”, que deberíamos reservar para uso exclusivo de periodistas y políticos) por las modas me parece una ingenuidad. Podemos rechazar algunas modas, pero siempre habrá otras que nos influyan.
Esto dicho, lo que se ha vuelto intolerable es la forma en que se propagan las modas. Diríase que nos las inoculan. Nuestra “propaganda” viene de la propaganda fide de la Iglesia, es decir, el mandato de evangelizar o propagar la fe. Pues bien, ni la iglesia católica (y ya es decir) ha sido nunca tan rastrera como la publicidad contemporánea. De todas las bajezas a las que recurre para forzarnos a consumir, la más abominable quizá sea la de asociar su producto a esos valores que no se pueden discutir y forman la ortodoxia actual (defendida por una Inquisición laica, pero no menos contundente). Así, un banco puede ser “solidario”; una compañía de móviles, sinónimo de “independencia”; un automóvil, “ecológico”; una marca de ropa, “alternativa” y así hasta la náusea. Con todo, es el cuerpo de la mujer el cajón de sastre en el que cabe cualquier forma de pensamiento mágico. Enseñar las tetas en las calles de Moscú es ¿subversivo? ¿Feminista? ¿Ecológico? ¿Simplemente una bobada? No depilarse el pubis es ¿una rebelión? ¿Ecológico? ¿Feminista? ¿Simplemente una opción personal?
No escurriré el bulto: a mí los cuerpos de las mujeres me gustan más cuanta menos ropa y menos símbolos lleven puestos. En cuanto al pubis, mis preferencias son arbustivas. No en vano ya dice el refrán que más ata pelo de coño que maroma de barco.